“He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (Isaías 52:13).
Lectura: Is. 52:14-53:4.
Jesús descubrió el camino que iba a transcurrir su vida leyendo los profetas. Las profecías hablaban de glorificación y humillación. No venían en orden cronológico, con una explicación de cuándo iban a ocurrir las distintas experiencias. Tampoco hablaban de dos venidas, una venida con una finalidad, y otra venida con otra. Esto es lo que Jesús tuvo que descubrir en oración, por medio de la comunión con el Padre en el Espíritu. Si pensamos que Jesús nació sabiendo todas las cosas, que tenía la mente de Dios dentro de un cuerpo humano, entonces no era uno de nosotros, porque nosotros no somos omniscientes (Heb. 2:17). Las Escrituras nos dicen que Él crecía en sabiduría (Lu. 2:52). No nació con toda sabiduría, sino, como todo bebé, tuvo que ir aprendiendo. Lo que sabía era lo que el ángel había revelado a sus padres y las profecías de Ana, Simeón, Elizabet y Zacarías. Cómo tenía que “salvar a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21), no lo sabía de entrada. Jesús iba aprendiendo e iba coordinando toda la información profética hasta comprender perfectamente el camino que tuvo que tomar su vida.
Los cánticos del siervo de Isaías habrían sido emocionantes para Él. Tomaba las sagradas Escrituras en sus manos e iba leyendo ¡acerca de su propia vida y muerte! Nosotros leemos Isaías como una profecía de lo que pasó a Jesús. Él lo leía como noticia de lo que le iba a pasar. Leía, meditaba, oraba y comprendía. Iba juntando información de una parte de Isaías con otra hasta comprender el plan del Padre para Él. Para Jesús los profetas eran indispensables. Constituían una parte imprescindible de su formación. Cuando dijo que “no solo de pan vive el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deut: 8:3) era porque esto es lo que él había aprendido a hacer.
De Isaías el Señor aprendió que Él era el siervo de Dios, que Dios le sostendría, que traería justicia a las naciones y que lo haría bajo la unción del Espíritu de Dios (Is. 42:1). Esto es un solo texto. ¡Hay centenares! Éste habla de su éxito al final, pero había otros textos que hablaban de rechazo, sufrimiento y una muerte terrible. Otros hablaban de cómo llevaría el pecado del mundo sobre sí mismo. Entre toda la información que daba este profeta, Jesús veía que pasaría por un tiempo de desánimo, pero que Dios lo ayudaría a soportar lo que iba a padecer, lo recompensaría, y que Él glorificaría al Santo de Israel (Is. 49). Estos textos habrían sido un desafío grande, un consuelo y una fuente de esperanza para Jesús. De otro cántico del siervo veía que su cuerpo iba a ser torturado, que Satanás contendería con Él para destruirlo, pero que Dios sería su luz y su apoyo (Is. 50). En Is. 53 Jesús leía acerca de los detalles de su muerte, de su propósito y de su resurrección.
Al final de Isaías Jesús leía sobre cielos nuevos y la tierra nueva (Is. 65, 66) y de su reino eterno, pero el texto no establece cuándo tendría lugar. No viene con datación. La vida de Jesús era una vida de fe y confianza en el Padre, de obediencia y sometimiento a su voluntad como viene revelada por los profetas y de seguridad e identidad en su amor. Sabía que todo saldrá bien para la gloria de Aquel que lo envió.
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