“En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15).
Lectura: Salmo 31:14, 15, 16, 19, 23, 24.
Nosotros somos criaturas del tiempo. Nos gustaría controlarlo, o, por lo menos, saber cuándo todo lo que esperamos va a ocurrir. Preguntamos: ¿Cuándo voy a ver a mí hija? ¿Cuándo me llamarán para que me opere? ¿Cuándo lloverá? ¿Cortarán el agua? ¿Cuándo llamará tal persona? ¿Cuándo se va a solucionar tal y cual problema? ¿Cuándo voy a morir? ¿Cuándo volverá el Señor? María vivía siempre pendiente del reinado de Jesús. ¿Cuándo será? Jesús no sabía cuándo tampoco, pero no vivía ansioso, o impaciente. Vivía confiado en el Padre y sabía que, cuando fuera necesario hacer tal o cual cosa, el Padre se lo haría saber. Su mensaje para nosotros es el mismo que a los discípulos cuando quisieron saber la respuesta a sus “¿cuándos?”: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:7). No obstante, seguimos preguntando: “Cuándo?, ¿cuándo?, ¿cuándo?”. El Padre contesta: “Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo” (Jer. 29:11). Lo nuestro es confiar y obedecer.
El Señor está coordinando todos los eventos en nuestra vida para que ocurran en el momento perfecto. Dios es glorificado al hacer que todas las cosas colaboren juntas para nuestro bien (Romanos 8:28). Su hora es la perfecta. Elisabet, la madre de Juan el Bautista, tuvo a su hijo en su vejez, en el tiempo perfecto para no estar viva cuando lo decapitaran. Jesús nació en el tiempo perfecto, durante la “Pax Romana” cuando la comunicación era más fácil por el común idioma y cuando había carreteras romanas que conectaban las cuidades importantes facilitando el viajar para llevar el Evangelio a todo el mundo y predicar en uno de los varios idiomas que la gente entendía. Hoy día, si el Señor predicase en una ciudad grande de Occidente, no se formaría una multitud para escucharlo, y la gente no creería en sus milagros. Con Dios todo ocurre en el tiempo perfecto.
“En tu mano están mis tiempos”. Esta es la confianza de cada creyente. No sabemos lo que nos depara el futuro, pero conocemos a Aquel que lo controla. Sabemos que nos ama y que es sabio y que sus planes son perfectos. Esto lo sabía María al pie de la Cruz, pero no entendía lo que estaba pasando. Tuvo que confiar en la Palabra que Dios le había dado y en Dios mismo. Tres días más tarde muchas cosas se aclararon para ella, pero no todas. Ella tuvo que dejarlas en manos de Dios, confiando en Su tiempo perfecto, y así nosotros, con todas las cosas que esperamos. Por lo tanto: “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón” (Salmo 31:24). Esperamos en un gran Dios.
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