EL TIEMPO EN LA VIDA DE MARIA (2)

 

“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre” (Lucas 1: 30-32).
 
Lectura: Lucas 1:26-33.
 
            María preguntó “¿cómo?”, pero no preguntó “¿cuándo?”. Habría pensado que esto ocurriría cuando Jesús fuese un poco mayor. Israel había tenido reyes que todavía eran niños cuando subieron al poder. Pues, era cuestión de esperar. Ella sabía quién era Jesús, y cómo había sido concebido, pero sus parientes y vecinos no lo sabían y no creerían su versión de la historia, aun si se lo explicase. Los años iban pasando y María seguía esperando. ¿Cuándo iba a manifestarse a Israel su Hijo? Él seguía trabajando como carpintero al lado de su padre y nadie de su pueblo pensaba otra cosa de Él. Cuando José murió, María era la única persona que sabía quién era Jesús. Simeón y Ana habían muerto, Zacarías y Elisabet habían muerto, los magos habían vuelto a su país, y sus hijos no creían en Jesús (Juan 7:5). Eso le puso a María en una situación de soledad. Jesús sabía quién era, estaba esperando la hora de su manifestación a Israel igual que María, pero sus ideas de cómo iba a asumir el trono eran muy diferentes de las suyas. María estaba sola. Su gran ilusión no contaba con un intervalo largo.
 
Cuando empezó su predicación Juan el Bautista, Jesús sabía que había llegado el tiempo para comenzar su ministerio público. Era la hora que María había estado esperando. Seguramente empezaría a reinar pronto. ¡Ya había esperado treinta años! En las bodas de Caná ella le dio un pequeño empujón para que se manifestase, pero Él hizo constar que estaba siguiendo otro horario: “Aun no ha venido mi hora” (Juan 2:3). María se sentiría orgullosa cuando Jesús predicó en Nazaret, pero cuando dijo que era el cumplimiento de la profecía de Isaías y la gente quiso matarlo (Mat. 13), ella se quedó muy sola otra vez, y aún más sola cuando se fue a buscarlo y Él dijo: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mat. 12:48, 50). Con sus muchos milagros, las esperanzas de María subían, pero con las denuncias de los escribas y fariseos y su creciente rechazo por las autoridades religiosas, bajaban. El domingo de ramos cuando su Hijo fue aclamado Mesías, María habría pensado que su reino ya era inminente, pero poco después lo crucificaron, y todo era confusión. Qué difícil para María con todos estos altos y bajos. Un momento su Hijo es aclamado rey y el siguiente piden su muerte, y lo consiguen. Al lado de la cruz María habría pensado en la promesa que Dios le dio en la anunciación: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre”. Y ahora estaba muerto. Pero a los tres días resucitó. Entonces, ahora, ¡sí reinaría! Así pensaban los discípulos: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6), o sea, ¿Ahora vas a reinar finalmente? Y el Señor les contestó: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:7). María tendría que esperar, y nosotros también. Ella murió sin ver a su Hijo en el trono de Israel. Como ella estamos esperando la gloriosa manifestación de Quien realmente es. El tiempo del cumplimiento de la promesa está en manos de Dios. Su reino será mucho más glorioso de lo que María esperaba al principio, y aún más glorioso de lo que creemos nosotros, y llegará en el perfecto tiempo de Dios.   

                         

Copyright © 2023 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.