“Aún no ha venido mi hora” (Juan 2:4).
Lectura: Juan 13:1; 17:1.
“Padre amado, el tiempo es siervo tuyo, creado por ti, para manifestar tu gloria en cómo coordinas todas las cosas para que cada una ocurra en el momento apropiado”. “En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15). “Tú coordinas los eventos de nuestras vidas. Cada cosa que nos pasa ocurre en el tiempo designado”.
Jesús era muy consciente de esto. Estaba esperando su tiempo para manifestarse a Israel. Treinta años pasaron esperando a “Elías”, y cuando Juan el Bautista apareció de repente en el Jordán bautizando y proclamando que el reino de Dios había llegado, porque el Rey había llegado, Jesús sabía que esta era la señal para presentarse a Israel como su Mesías.
Todos los eventos de su vida fueron programados por Dios y Jesús averiguaba del Padre cuándo era el tiempo para que hiciese esto o aquello. De esta manera su vida iba siendo coordinada por Dios y llevada a cabo al orar y hacer cada cosa dirigido por el Espíritu Santo. Por ejemplo, oró y supo cuando ir a Betania cuando Lázaro se enfermó y llegó “demasiado tarde”, según el pensamiento humano, pero justo a la hora para levantar a Lázaro de entre los muertos. Sabía de parte del Padre cuándo llegó su hora para morir y subió a Jerusalén en el tiempo designado. Así que su vida consistía en treinta años de espera y tres años cortos de ministerio, muy extraño según nuestra manera de pensar, pero perfecto según la de Dios. El ministerio tuvo que ser corto, poderoso e intenso, porque la oposición era feroz, y su muerte tuvo que ser repentina. Una vida larga era imposible para uno que se oponía a los lideres judíos, que los puso en evidencia por lo que eran, para uno que no encajó en su sistema corrupto. La justicia de Jesús no encajó con el sistema legalista y externo de los fariseos, así que una muerte prematura era inevitable, pero llegó al tiempo perfecto de Dios.
Dios coordina lo que nos pasa a nosotros personalmente con lo que pasa en la política, lo que pasa en el campo religioso, y lo que pasa en la iglesia para que se unan para llevar a cabo su voluntad perfecta. Nosotros descubrimos esta voluntad por medio de la oración, tal como lo hacía Jesús, y nos movemos en consonancia con Dios. El viejo himno lo expresa así:
Me dirige: ¡Oh qué bendito pensamiento! ¡Oh qué palabras llenas de consuelo!
En lo que sea que haga, por donde quiera que vaya, siempre es su mano la que me lleva.
A veces por escenas de profunda oscuridad, a veces por donde florece el Edén,
Por aguas tranquilas, por el mar tormentoso, siempre es la mano de Dios la que me lleva.
Señor, quiero coger tu mano en la mía, sin quejarme o murmurar;
Contenta, sea lo que sea mi suerte, puesto que es la mano de Dios que me lleva.
Y cuando mi trabajo en el mundo se acabe, cuando por su gracia la victoria sea ganada,
Ni siquiera huiré del frío mar de la muerte, puesto que Dios por el Jordán me llevará.
Joseph Henry Gilmore, 1834-1918
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