LA MOTA

“¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3).
 
Lectura: Mateo 7:1-5.
 
            El tema que el Señor está desarrollando en esta sección es el de juzgar al hermano. Dice dos cosas al respecto: seremos juzgados con el mismo criterio que usamos para juzgar al hermano, y antes de corregir los fallos del hermano debemos corregir los nuestros. Vamos a explorar estas dos ideas.
 
            Algunos de nosotros somos más dados a juzgar que otros. Juzgamos a otros creyentes por sus peinados, su forma de vestir, su teología, la crianza y disciplina de sus hijos, su manera de comer, su uso del dinero, sus amistades, su matrimonio, sus modales, su ética, su espiritualidad, su simpatía, y muchas cosas más. El Señor nos va a juzgar a nosotros por estas mismas cosas, y no solamente esto, sino que con la misma misericordia (o falta de ella) que hayamos empleado, o no empleado, en nuestros juicios seremos juzgados. Si hemos sido duros, Él será duro con nosotros. Si hemos sido cáusticos, exigentes, si hemos descalificado al hermano, si nos hemos burlado de él, si lo hemos criticado ante otros, si no hemos sentido ninguna simpatía por su situación, si no nos hemos identificado con sus sufrimientos, si no hemos tomado en cuenta lo difícil que ha sido para él, si no hemos usado de misericordia, el Señor nos juzgará por ello. Si hemos sido crueles, el Señor no puede ser cruel, pero sí puede juzgarnos por nuestra falta de amor: “Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (7:2). No hemos sido vetados de juzgar al hermano: lo que está mal, está mal; no hemos de hacer ver que está bien. Tampoco hemos de pensar que todo vale. Pero hemos de tener mucho cuidado en la manera en que juzgamos, en la actitud de nuestro corazón, en nuestros sentimientos hacia el hermano. ¿Hay amor y compasión de nuestra parte? ¿Hay humildad? ¿Deseamos su bien?
 
            De la misma manera, no hemos de dejar de corregir al hermano. Es necesario que lo hagamos, pero ¿hemos sido corregidos nosotros? “¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?” (7:4). Si nunca has sido librado de tus fallos, ¿cómo pretendes corregir a otros? Ayudar a otros exige una humilde evaluación de nosotros mismos juntamente con la fe de que Dios pueda hacer por otros lo mismo que ha hecho por nosotros. Si no hemos sido confrontados con nuestras deficiencias, si no hemos acudido a la cruz confesando nuestros pecados de carácter y si no hemos visto cómo Dios nos ha perdonado, cómo el Espíritu Santo ha aplicado la Palabra a nuestras imperfecciones, y cómo nos ha transformado, no estamos en condiciones de corregir a nadie. Hemos de poder decir que éramos así y asá, pero que Dios nos ha cambiado, si pensamos ayudar a otros con sus fallos.
 
            Esto es especialmente cierto para nosotros como padres. No estamos en condiciones de disciplinar y corregir a nuestros hijos hasta que no hayamos visto con claridad nuestras propias deficiencias. Por eso la Biblia dice que la mujer será salva al criar a sus hijos (1 Tim. 2:15), porque al hacerlo, ve sus propios fallos. A la medida que los va tratando, puede ser de ejemplo y ayuda para sus hijos. Lo mismo es cierto del pastor y de nosotros como miembros de la congregación. Ayudar a otros es una oportunidad excelente para cambiar y crecer en nuestra vida cristiana.

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