LOS TRES DÍAS DE AYUNO DE PABLO

“Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y ni comió ni bebió” (Hechos 9:8, 9).
 
Lectura: Hechos 9:1-6.
 
            Pablo, que antes se llamaba Saulo, oyó la voz de Jesús por el camino de Damasco y vio su gloria, y quedó cegado por ella. Una vez que llegó a la cuidad comenzó un periodo de ayuno y oración que terminó tres días más tarde con la restauración de su vista, ¡y muchas más cosas!, pero nos quedamos aquí pensando en estos tres días que eran vitales para la vida y ministerio de Pablo.
 
La voz que oyó por el camino le había dicho: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Se había identificado como la voz de Jesús. Jesús estaba vivo, exaltado en el cielo, los cristianos tenían razón: Él es el Hijo de Dios. Ahora Pablo tuvo que parar y replantear su vida. Pasó estos días orando y llegando al fin de sí mismo y de su vieja vida, al fin de su celo equivocado, de su odio a los cristianos, su persecución de Jesús, su fanatismo, su fariseísmo, su corazón endurecido, su servicio a Dios en la carne, su amor al legalismo sin misericordia, su reputación, su entendimiento de las Escrituras, su religión formal sin Dios, su total ignorancia del carácter de Dios. No conocía a Dios. Estaba sirviendo a un ídolo que él llamaba “Dios”, pero en realidad era un dios de guerra que mataba a sus enemigos. Se había equivocado de dios. Estaba 100% condenado. Tardó tres días en entender todo aquello. Creía que estaba sirviendo a Dios, pero se estaba sirviendo a sí mismo, haciendo lo que le dictaba su corazón carnal, duro, impío, desalmado, sin misericordia, legalista y condenatorio.   
 
Dios había dicho: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Os. 6:6), pero él no sabía lo que esto significaba. No sabía nada del amor. No amaba al prójimo (Lev. 19:18). No cumplía ni entendía la ley que defendía, y no conocía al Dios de Israel. Estaba yendo por el camino que conducía al infierno y la condenación.
 
Es muy duro llegar a este punto cuando logramos ver lo que verdaderamente somos. Vemos lo equivocados que estamos, engañados por nuestros corazones perversos. Nos creemos tan buenos, y somos malos. Pensamos que estamos sirviendo a Dios, y nos estamos sirviendo a nosotros mismos, con nuestra idea de cómo es Dios y lo que Dios quiere de nosotros mismos. Pablo en tres días se vio a sí mismo, se reconoció, y murió a su vieja identidad. Esto es lo que tenemos que hacer cada uno de nosotros, porque: “En nuestra carne no mora el bien”. En nuestra ignorancia, nos creemos tan buenos, pero cuando vemos la luz de Jesús, nos tenemos que morir. Por esto Pablo dijo: “Con Cristo estoy crucificado” (Gal. 2:20)Muere el viejo Saulo, y resucita el nuevo Pablo.

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