“Levantaos, bendecid a Jehová vuestro Dios desde la eternidad hasta la eternidad; y bendígase el nombre tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza. Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran” (Nehemías 9:5, 6).
Lectura: Nehemías 9:16-21.
Esta es una de las grandes oraciones en la Biblia. Forzosamente hemos de detenernos aquí y meditar en su contenido. Toda la congregación se ha reunido en ayuno, con cilicio y tierra sobre sí y, estando en pie, han confesado sus pecados y las iniquidades de sus padres, porque estaban sufriendo las consecuencias. La oración empieza con la adoración que encabeza esta meditación, reconociendo quién es Dios. Procede a relatar la historia del pueblo empezando con Abraham. Lo que salta a la vista es el terrible contraste entre la fidelidad de Dios y la infidelidad del pueblo. Para hacerlo resaltar ahora, vamos a incluir los pronombres que se sobreentienden en castellano, y ponerlos en negrita:
“Tú cumpliste tu palabra porque, Tú eres justo. Tú miraste la aflicción de nuestros padres en Egipto… Tú hiciste señales… Tú dividiste el mar delante de ellos… Con columna de nube Tú los guiaste de día… Sobre el monte de Sinaí Tú descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y diste juicios rectos… Tú les diste pan del cielo en su hambre, y en su sed Tú les sacaste aguas de la peña; Tú les dijiste que entrasen a poseer la tierra… mas ellos y nuestros padres fueron soberbios, y endurecieron su cerviz, no escucharon tus mandamientos. Ellos no quisieron oír… ellos endurecieron su cerviz… pero Tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque Tú no los abandonaste… Tú, con todo, no los abandonaste en el desierto. Tú enviaste tu buen Espíritu para enseñarles, y Tú no retiraste tu mana, y agua les diste para su sed… Tú los sustentaste cuarenta años en el desierto… Tú les diste reinos y pueblos… Tú multiplicaste sus hijos… Tú multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, y Tú los llevaste a la tierra de la cual habías dicho a sus padres… Tú humillaste delante de ellos a los moradores del país, a los cananeos… pero ellos te provocaron a ira, y ellos se rebelaron contra ti, y ellos echaron tu ley tras sus espaldas, y ellos mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirles a ti, y ellos hicieron grandes abominaciones.
Así que Tú los entregaste en mano de sus enemigos, los cuales los afligieron. Pero en el tiempo de su tribulación ellos clamaron a ti, y Tú desde los cielos los oíste; y según tu gran misericordia los salvaste de manos de sus enemigos. Pero una vez que tenían paz, ellos volvían a hacer lo malo delante de ti, por lo cual Tú los abandonaste en mano de sus enemigos que los dominaron; pero ellos volvían y clamaban otra vez a ti, y Tú desde los cielos los oías y según tus misericordias muchas veces los libraste.
Tú los amonaste a que se volviesen a tu ley, mas ellos se llenaron de soberbia y no oyeron tus mandamientos, sino que ellos pecaron contra tus juicios… ellos se rebelaron, endurecieron su cerviz, y no escucharon. Les soportaste Tú por muchos años, y Tú les testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas, pero ellos no escucharon; por lo cual Tú los entregaste en mano de los pueblos de la tierra. Mas por tus muchas misericordias Tú nos los consumiste, ni los desamparaste; porque Tú eres Dios clemente y misericordioso”. (Mañana continuaremos. Hoy meditemos en esto).
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