¿RECHAZO VITALICIO? (2)

 

“No juzguéis para que no seáis juzgados. Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados” (Mat. 7:1, 2).
 
Lectura: 1 Cor. 4:5.
 
            La historia de David y Betsabé levanta la cuestión de cómo veo yo a los que han caído y se han arrepentido. ¿Tengo la tendencia de enjuiciar a la gente por un pecado cometido, y, por mucho que se hayan arrepentido y cambiado, siempre pensar mal de esta persona? ¿Qué destaca en mi mente cuando pienso en David? ¿Siempre llevará el estigma del pecado que cometió? ¿Soy de los que no perdonan nunca? ¿Cómo veo a la samaritana? ¿La he juzgado para siempre como una mujer inmoral? Muchos creyentes la tienen por una mujer con muchos maridos y nada más. Aunque se convirtió al Señor Jesús y fue una gran evangelista y llevó su pueblo a la fe en Cristo, persisten en opinar que era una mala mujer. ¿Una vez que una persona ha cometido un fallo importante, “ya está” para mí? ¿Ha manchado su reputación para siempre en mi evaluación? Otro ejemplo es Jonás. No quiso ir a Nínive al principio. ¿Esto lo ha convertido en el profeta desobediente ya para siempre? ¿Solo sirve como mal ejemplo a pesar de ser el evangelista más exitoso del Antiguo Testamento? Nínive se convirtió por su predicación. Jonás se arrepintió y obedeció al Señor, pero esto no cambia la opinión de muchos. Sigue siendo el profeta malo. ¿Y Rahab? ¿Sigue siendo prostituta en mi mente? ¿Perdono a los que Dios ha perdonado, o Tomás siempre será el discípulo que dudaba, Pedro el bocazas que negó al Señor, y María Magdalena la pecadora inmunda?
 
            ¿Cuándo vamos a perdonar a las personas que Dios ha perdonado? ¿Estamos nosotros en el lugar de Dios? ¿Nos vemos como mejores que los que condenamos? Lo trágico de esta mentalidad es que hacemos lo mismo con las personas hoy. Cuando descubrimos algo de alguien en nuestra iglesia, lo descartamos para siempre. Clasificamos a esta persona según el pecado que ha cometido. Si alguien ha cometido un desfalco, es ladrón para siempre y no queremos tener nada que ver con él. Si uno cuenta en su testimonio que antes practicaba un pecado que nos escandaliza, lo esquivamos. Sospechamos de él. Si ha caído en fornicación como creyente, aunque se haya arrepentido con muchas lágrimas, nosotros nos vemos como mejores que él y no lo perdonamos nunca.  
 
Esto es ser como los fariseos. Juzgamos y descartamos. No queremos contaminarnos con ellos. En ciertas iglesias, si alguien ha caído en pecado, por mucho que se haya arrepentido, no se le perdona; queda marginado. Esta actitud es terrible a los ojos de Dios. Muestra un gran desconocimiento de nosotros mismos, orgullo espiritual, falta de compasión y una actitud enjuiciadora, como si fuésemos Dios: “¿Tú, quien eres que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Rom. 14:4). Si un hermano peca, ayúdalo, restáuralo y reafírmalo. No dejes que se ahogue en un mar de culpa sin fondo. Sácalo de allí. Dale tu amor y apoyo para que vuelva a tener el gozo de su salvación. Y si tú caes, que haya un hermano que te extienda una mano amiga para ponerte otra vez en pie y firme en el Señor. Que tengamos un corazón hermoso como nuestro Padre que está en los cielos.    

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