“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3).
Lectura: Génesis 1:1-3.
En el relato de la Creación en Génesis tenemos a Dios (Padre), el Espíritu (Santo), y la palabra hablada (el Verbo). El que tomó carne humana no fue el Padre, sino el Hijo, el Verbo. Jesús siempre había existido como la Palabra, o el Verbo. Él es la Palabra que Dios habló que dio origen a la Creación: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Gen. 1:3). La Palabra de Dios, el Verbo, hizo la Creación y el Espíritu empoderó la Palabra. Cuando nosotros hablamos no ocurre nada, pero cuando el Padre habla la Palabra que sale de su boca crea lo que Dios pronuncia en el poder del Espíritu Santo. Los tres trabajan en conjunto.
El Padre da origen a lo que existe por llamarlo a ser. Jesús es la vida. El Espíritu es el aliento, el respirar de Dios. No hay vida sin respiración. Dios respiró y el hombre cobró vida: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gen. 2:7). Dios plantó un huerto y puso allí al hombre que había formado. El que vino para pasear con la pareja, una vez que fue formada Eva, para tener comunión con ellos, fue el Hijo: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día” (Gen. 3: 8).
Nosotros existimos porque es la voluntad de Dios que existamos cada uno de nosotros. Jesús es nuestra vida. El Espíritu es nuestra fuerza. Un hombre sin poder está imposibilitado. Solo existe. Necesitamos existir (Padre), tener vida (Hijo), y tener poder (Espíritu). Debemos nuestra existencia al Padre, nuestra vida al Hijo y nuestra fuerza el Espíritu Santo. Son inseparables.
Sí, el Padre, el Hijo y el Espíritu son inseparables. Pero cuando Jesús murió se dividieron. Lo indivisible se partió. Se rajó. Esta desunión ocurrió cuando Jesús dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Llevar nuestro pecado produjo una rotura en Dios. La esencia de Dios se quebró. El universo se trastornó. Esta separación fue como dividir el átomo, lo cual produjo la bomba atómica. La muerte de Jesús fue la bomba atómica que dio muerte a la vieja creación. La resurrección de Jesús fue la explosión de Vida que empezó la Nueva Creación. Jesús salió de la tumba repleto de vida, como las primicias de la nueva creación; fue el Segundo Adán, el nuevo hombre. Dios habló, Jesús cobró vida, y el Espíritu Santo lo llenó. La vieja creación está agonizando ahora. Toda ella está esperando la manifestación de Jesús y, con Él, la nueva creación, nuevos cielos y nueva tierra: “Porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”.
La Cruz, la esencia de Dios, las tres Personas que se unen en Dios, la vieja Creación, la nueva Creación, todo esto en su totalidad se nos escapa. Pidamos, pues, a Dios que nos vaya revelando más de estás gloriosas verdades. Son incomprensibles a la mente humana, pero nos gozamos en lo que sí sabemos, y alabamos a Dios por ello.
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