“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo… para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3: 14-19.
Lectura: Romanos 8:26, 27.
Hay mucha diferencia entre la oración de un creyente maduro y la de un creyente que piensa como la gente del mundo. Pensemos un momento en cómo oramos.
¿Estamos orando por la prosperidad material para personas que no conocen a Cristo, que Dios supla sus necesidades materiales? Puede ser que necesiten encontrarse muy mal para clamar a Dios y ser salvos.
¿Estamos pidiendo por hijos inconversos que aprueben sus exámenes, que se lo pasen bien cuando salgan con los amigos, que puedan conseguir un buen trabajo en el día de mañana y que tengan éxito en la vida, cuando lo que realmente necesitan son las circunstancias que vayan a favorecer su búsqueda de Dios?
¿Estamos pidiendo salud para nuestros vecinos cuando Dios está usando la enfermedad para hablar con ellos? Quizás haríamos mejor en pedir que Dios abriese sus oídos para que puedan oír su voz.
¿Estamos pidiendo que los negocios de nuestros familiares prosperen si están viviendo sin Dios? Dios sabe lo que necesitan para que vengan al conocimiento de la verdad. Pidamos al Señor que les pase lo que les tenga que pasar para que vean que la prosperidad no es la meta, sino el conocer a Dios.
¿Estamos pidiendo que Dios bendiga el matrimonio de una creyente que se ha casado con un inconverso? ¿Estamos pidiendo que el inconverso sea salvo? Entonces la creyente sacaría la conclusión de que ha hecho bien en desobedecer las Escrituras y que lo que importa es la salvación de su cónyuge, no su fidelidad al Señor. Lo que realmente necesita es que Dios la quebrante y la convenza de pecado y que se arrepienta de verdad. Entonces, quizás el otro respondería al Evangelio.
¿Estamos pidiendo la felicidad para nuestros hijos cuando lo que realmente necesitan es la santidad?
¿Y qué es lo que estamos pidiendo para nosotros mismos?, ¿salud, prosperidad y felicidad?, ¿o estamos pidiendo que crezcamos en el conocimiento de Dios y de su voluntad, que vivamos en su amor, en fe, en amor para con los hermanos, y en compasión por los perdidos? Que Dios nos dé sabiduría y discernimiento de su voluntad en nuestras oraciones: “Pues, qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo, intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Rom. 8:26, 27).
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