“Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía… y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley” (Nehemías 8:2, 3).
Lectura: Neh. 8:5-12.
Los judíos que habían vuelto de la cautividad terminaron de construir el muro alrededor de la ciudad de Jerusalén para protegerlos de sus enemigos. Fuera estaba el mundo con sus costumbres, leyes, religiones e ideologías, pero dentro iban a estar separados de todo aquello, gobernados por la ley de Dios que Esdras estaba a punto de leer. “Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra” (8:6). Los levitas hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. Leían claramente, poniendo el sentido, de modo que entendiesen la lectura. Y la reacción del pueblo fue llorar. Habían comprendido lo lejos que estaban de vivir según los preceptos de Dios. Habían estado en una sociedad pagana durante 70 años, y ahora iban a empezar de nuevo, otra vez en Jerusalén, y tenían que reconstruir no solo la ciudad, sino también la sociedad para vivir de acuerdo a la voluntad de Dios como venía reflejada en su ley. Ser el pueblo de Dios significa ser un pueblo separado del mundo para vivir de acuerdo a sus leyes de conducta, muy diferente de la manera de vivir del mundo. El pueblo había visto cómo estaban de contaminados por el mundo, lo lejos que estaban de la santidad de Dios, y lloraban.
“Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, no lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley. Luego les dijo: Id, comed grosuras, bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (8:9, 10). Cuando entendemos lo lejos que estamos de vivir como Dios quiere, nuestra primera reacción es la de llorar, pero si nos quedamos allí, pensando que somos miserables pecadores y que no podemos hacer nada bien, no vamos a tener fuerza para poner por obra lo que Dios pide de nosotros. Vamos a quedarnos estancados en nuestra propia impotencia. Necesitamos el gozo del Señor para poder vivir la vida de santidad de acuerdo a la Palabra de Dios. ¿De dónde va a venir este gozo si hemos fallado tanto? ¡De la misma Palabra de Dios que nos entristece! Juntamente con la Palabra viene el poder para cumplirla. Lo único que nos falta de nuestra parte es la determinación de que vamos a ponerla por obra.
El primer paso para poner por obra la Palabra de Dios era celebrar una fiesta, la fiesta de tabernáculos: “Y toda la congregación que volvió de la cautividad hizo tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande” (8:17). La obediencia trae mucho gozo y ¡esta es nuestra fuerza para seguir obedeciendo!
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