“El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum. Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra… Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:56, 59, 60, 66).
Lectura: Juan 6: 56-61 y 65-68.
La multitud estaba entusiasmada con los milagros de Jesús. Vieron la multiplicación de los panes y peces, y se llenaron: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo” (6:14, 15). La multitud había entendido correctamente: Jesús es el Mesías y tiene que reinar, pero no entendieron que muchas cosas tenían que pasar antes de que esto fuera posible. Antes de poder reinar, Jesús tuvo que morir para quitar el pecado, el Espíritu Santo tuvo que venir para dar un nuevo corazón al hombre, y el evangelio tuvo que ser predicado al mundo entero para que los gentiles pudiesen entrar en el Reino de Dios. Hacían falta nuevos cielos y nueva tierra. Entonces, cuando todos los que tenían que ser salvos lo fuesen, Jesús podría venir a reinar. Pero no lo sabían. Querían el Reino ahora mismo. No entendían a Jesús. Y aún menos cuando hablaba de que Él era el verdadero pan del cielo y que tenían que comer de él: “Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: “¿Esto os ofende?” (6:61).
Sí, les ofendía, y mucho. Les ofendía tanto que “muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (6:66). No es fácil entender a Jesús. No entendemos la totalidad del plan de Dios para este mundo. La enseñanza de Jesús puede ofendernos. El plan de Dios puede ofendernos. Lo que Dios permite en nuestras vidas puede ofendernos. Jesús dijo: “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:6). Esto significa: “Feliz la persona que no se ofende por lo que hago o dejo de hacer”. ¡Que diferente es la mentalidad de Dios a la nuestra! Hemos de dejar lo que no entendemos en manos de la sabiduría y soberanía de Dios. Si no, también volveremos atrás y dejaremos de andar con Él.
Jesús dejó ir a los que ya no querían seguirlo. No los coaccionaba a quedarse con Él. Él dijo: “Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (6:65). Les preguntó a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (6:67). Los dejó libres para decidir. Por un lado, el Padre determina quien permanece con Jesús, y por otro ellos mismos deciden, cada uno independientemente del otro, pero coinciden. Jesús entendía esto, y, por lo tanto, no se hundió cuando vio a tantos apartarse. Confiaba en el Padre mientras dejaba libres a todos, aun a los doce. Pedro contestó a la pregunta de Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (6:68). Veremos a muchos volverse atrás que antes seguían a Jesús, pero los que no se ofenden permanecerán hasta el final, y éstos serán salvos, porque solo Jesús tiene palabras de vida eterna, y si las abandonamos, no tendremos vida eterna. Son duras de entender a veces, pero finalmente conducirán a su reino eterno.
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