“Mujer virtuosa, quien la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias” (Prov. 31:10, 11).
Lectura: Prov. 31:13-16, 18, 20, 22, 24, 26, 28, 30, 31.
Lo que notamos en todas las mujeres que vemos en las Escrituras es que su ministerio va conectado con el de un hombre: ellas son sus colaboradoras en llevar a cabo los proyectos de Dios. Acabamos de ver a Abigail y David; a Rut y Booz; a Ester y Mardoqueo y a Priscila y Aquila. Cada una colabora con un hombre. Esto es una constante a través de la Biblia. Pongamos más ejemplos: Rahab colaboraba con los dos espías en la invasión de Jericó (Josué 2 y 6). El ministerio de Débora, la jueza, libertadora y profetisa, fue ligada con el de Barac, el comandante del ejército de Israel (Jueces 4). Juntos vencieron al enemigo. El ministerio evangelístico de la mujer samaritana (Juan 4) iba muy ligado con el trabajo evangelístico de los apóstoles (Hechos 8:5, 12, 14-17). Ellos cosecharon donde ella sembró.
No hay ningún ejemplo en el Antiguo Testamento de mujeres que fueran sacerdotisas, o en el Nuevo Testamento de mujeres que predicaran desde el púlpito o que pastorearan iglesias. Pero hay muchos ejemplos de mujeres de fe que impactaron a la nación, empezando con María, la madre de Jesús. La mujer puede servir a los demás tanto como al hombre. Lo importante no es hacer un nombre para nosotras, sino, como parte del cuerpo de Cristo, tanto hombres como mujeres, destacar en el amor y las buenas obras para dar gloria a Dios: “Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Heb. 10:24).
El ejemplo de la mujer virtuosa que tenemos en Proverbios 31 permanece para todos los tiempos como reto e inspiración para la mujer, hasta para la mujer moderna, en su capacidad de aportar a su comunidad. Y lo hizo en cumplimiento de todos los roles que una mujer pueda aspirar a tener. Su marido destacaba como anciano de la ciudad, pero ella no era menos en ningún respecto. Eran tal para cual, y juntos impactaban su sociedad con los valores del Reino de Dios. Ella, como excelente esposa y madre, empresaria, trabajadora social, artista y costurera, modelo de elegancia y dignidad y maestra por medio de su vida y por su conocimiento: “Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua” (31:26). Destacaba como conocedora de la ley de Dios y administradora de justicia. El marido destacaba en sus cualidades de anciano del pueblo. Juntos, esta mujer y su marido formaban un dúo dinámico para la gloria de Dios en su comunidad.
Lo que vemos en ella es su virtud en todo un abanico de actividades. Para que una mujer sea virtuosa, lo tiene que ser en todo lo que emprende. Si es excelente en el hogar, pero deshonesta en el trabajo, ya deja de ser virtuosa. Y esto es el desafío que nos deja a las mujeres de hoy: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col. 3: 17). Y así seremos mujeres virtuosas para la gloria de Aquel que tanto amamos.
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