“Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (Colosenses 3:18, 19).
Lectura: Col. 3:20-25.
Casos actuales de mujeres abusadas:
María se casó con un hombre celoso que no la dejaba salir de casa durante cinco años salvo, una vez a la semana, para hacer la compra. En aquella ocasión él la seguía para asegurarse de que no hablaba con ningún hombre. ¡Iba detrás con su coche, cómodo, mientras ella cargaba con la compra de toda la semana! Ella venía de una familia de malos tratos y no se daba cuenta de que esta conducta es enfermiza. Sufría mucho y creía que ella tenía la culpa de todo. No fue hasta años más tarde que todo salió a la luz. Él creía que Dios no podía perdonarlo. Terminó en un hospital psiquiátrico donde Dios intervino para salvarle la vida. Con el tiempo hubo bastante sanidad para los dos.
Josefa salía con un hombre que controlaba absolutamente todo lo que ella hacía, hasta el clip que se ponía en el pelo. Él era la clase de hombre que atraía a todas las mujeres: espiritual, bien educado, elegante, guapo y excepcionalmente inteligente, pero totalmente dependiente de su madre. ¡Su plan era que se casasen y que viviesen en el piso encima de la madre! El noviazgo iba de mal en peor. Ella lo pasó llorando. Pero tuvo sentido común y el consejo de creyentes maduros y puso fin a esta relación malsana. ¡Se escapó de una buena!
Ana se casó con un hombre que profesaba fe y era miembro de una iglesia. Nada más casarse, la suegra vino a vivir en la misma calle. La pareja tuvo un hijo y el marido entregó el cuidado del niño exclusivamente a su madre. Tenía a su madre cocinando, llevando la casa y haciendo todo, mientras que su mujer mantenía económicamente a la familia. Pues Ana trabajaba y él se quedaba en casa y no hacía prácticamente nada salvo criticar y menospreciar a su esposa. Menospreciaba a su familia, a su gente, a su trabajo y a su forma de ser. Era un hombre prepotente y ¡hablaba mal de ella a todos! Ella insistía en que recibiesen consejo profesional, pero no sirvió para nada, porque él no estaba dispuesto a reconocer nada, ni cambiar en absoluto. Era imposible salvar al matrimonio: “Si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” (1 Cor. 7:15).
Sara se casó con un hombre violento que le pegaba, pero, ella, procediendo de una familia disfuncional, no hizo nada para protegerse, ni para salir de la relación. Él no trabajaba, no ayudaba en casa, y no hacía caso a su hijo. Pasaba su tiempo en la calle con los amigos. Se drogaba. No tenía ni la más mínima idea de cómo amar a su esposa e hijo, y ella no esperaba más de la relación. Él amor de Dios llega a estas situaciones de abuso de la mujer y negligencia del pequeño y usa siervos suyos para conseguir ayudar e instigar cambios. Hay esperanza para la situación más dura cuando se busca a Dios para introducirlo en medio. Cuando no cierran la puerta a Él, Dios obra, pues: “Para Dios, no hay nada imposible” (Lucas 1:37).
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