LA INTERPRETACIÓN DE LAS ESCRITURAS

“Tenemos también la palabra profética más segura… Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es (procede) de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:19-21),
 
Lectura: 2 Pedro 1:16-18
 
            Pedro es un testigo presencia de la divinidad de Cristo, pues vio su gloria, la gloria shekiná de Dios, con sus propios ojos envolviendo a Jesús en el monte de la transfiguración (Mat. 17:1-5). El apóstol continúa con otro argumento que demuestra la divinidad de Jesús, a saber, el testimonio de la Escritura, la cual no es palabra de los hombres que escribían lo que les parecía, sino que escribieron siendo inspirados por el Espíritu Santo. Toda la Escritura procede de Dios (2 Tim. 3:15-17). No podemos interpretarla según el razonamiento humano, sino que Dios nos las abre por medio del Espíritu Santo.
 
            Cuando el apóstol Pablo expone la resurrección de Cristo lo hace bajo la inspiración del Espíritu Santo: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día conforme a las Escrituras” (1 (Cor. 15:3, 4). Hubo testigos presenciales (15:5-9), respaldados por el testimonio de las Escrituras para confirmarlo. Pero algunos decían que no hay resurrección de muertos (15:12). Pablo argumenta: “Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó… y si Cristo no resucito, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (15:13, 17). La Escritura viene de Dios y dice lo que dice, ni más, ni menos. El razonamiento humano no ocupa el lugar de las Escrituras, ni debe contradecirlas.
 
            Por ejemplo: las Escrituras dicen: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gal. 3:28). Siendo linaje de Abraham, no hay división entre judío y griego, porque todos somos descendentes de Abraham por la fe (3:24). Siendo descendentes de Abraham por la fe no hay división entre esclavo y libre, porque todos somos hijos de Sara, no de la esclava. Siendo descendentes de Abraham no hay varón ni mujer, porque todos somos hijos de la promesa. Somos “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gal. 3:26). Todos somos igualmente hijos de Abraham, hijos de Dios, y herederos de la promesa. Ya no estamos bajo la ley, sino revestidos de Cristo y unidos en Él (Gal. 3:27- 29). Esto es lo que está diciendo este texto. Sin embargo, algunos sacan este texto de su contexto para enseñar que ya no hay ninguna diferencia entre hombres y mujeres. Esto es lo que dice la ideología de género, pero no es lo que dicen las Escrituras. El apóstol Pablo siempre mantuvo que hay diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a sus papeles respectivos, y su enseñanza sobre estos papeles es la inspirada Palabra de Dios que permanece para siempre. La que escribe ha expuesto extensivamente estos textos, pero si a alguien le interesa repasarlos, aquí hay algunos: 1 Cor. 11::3; 1 Tim. 2:7-15; Ef. 5:22-33; Col. 3:18, 19; 1 Pedro 3:1-7; Tito 2:2-5. Que el Señor nos bendiga ricamente en su Palabra, y que el Espíritu Santo nos la abra hasta que nuestros corazones arden con la riqueza de su gracia para con nosotros en Cristo Jesús.  

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