INFIDELIDAD MATRIMONIAL

¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres? Prevaricó Judá, y en Israel y en Jerusalén se ha cometido abominación; porque Judá ha profanado el santuario de Jehová que él amó, y se casó con hija de dios extraño” (Malaquías 2:10, 11).
 
Lectura: Mal. 2:11-16.
 
En el pasaje que tenemos delante Dios acusa a Israel de dos pecados graves. El primero es el de casarse con una persona que no pertenece a Dios, sino que es hijo o hija de un dios extraño. En tiempos del Antiguo Testamento las personas que no eran del pueblo de Dios tenían otros dioses, con otras costumbres, otras leyes y otra manera de vivir. Hoy día normalmente llamamos a estas personas ateas, o de otra religión, o inconversos. Son personas que no han nacido de nuevo, no han recibido el Espíritu Santo y no viven para Dios, sino para las cosas de este mundo. Tienen otros valores, otra mentalidad, otra ética y otras lealtades. No aman al Señor Jesús con todo su corazón y no han dedicado sus vidas a servirle y vivir para su Reino. Por lo tanto, la persona que se casa con el inconverso se está uniendo a otro dios, otra forma de vida y otras lealtades. Ya no es leal al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios considera que esta persona ha roto su pacto con Él y que le es desleal. También dice algo muy grave: “Ha profanado el santuario de Jehová”, o sea, ha contaminado la Iglesia. Cuando alguien de nuestra iglesia se casa con un no creyente, contamina la iglesia. Ha introducido pecado en medio de la asamblea. Interfiere con el culto a Dios.
 
            La segunda cosa que Dios considera una abominación es el divorcio“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales” (Ma. 2:16). “Yo aborrezco el divorcio, dice el Señor, Dios de Israel” (2:16, NVI). Dios dice que ellos inundan su altar con lágrimas porque Él no hace caso a sus ofrendas. Dios explica el motivo. No lo hace, porque Él “actúa como testigo entre ti y la esposa de tu juventud, a la que traicionaste, aunque es tu compañera, la esposa de tu pacto” (2:14, NVI). Dios los había unido con la finalidad de tener descendencia piadosa. Lo que Dios buscaba era que la pareja tuviese hijos que serían para Él. Dios quería aumentar su pueblo, que estos hijos fuesen criados para Él, educados en sus caminos, que se convirtiesen y fuesen fieles a Él toda la vida.
 
            Cuando una pareja cristiana se divorcia, afecta mucho a los hijos. Son ellos los que más sufren. Pierden la seguridad en la vida. Se desorientan profundamente por dentro. Necesitan un padre y una madre, a los suyos propios, estables, y que se amen. “Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud” (2:15). ¿Cómo guardamos nuestros espíritus? Buscando al Señor siempre. Guardando su Palabra. Contándole todas las cosas, recibiendo su ayuda, el fruto del Espíritu para nuestro espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gal. 5:22, 23, NVI). Un matrimonio edificado sobre estos frutos puede perdurar (salvo con obvias excepciones). Resumiendo esta sección de la Palabra, lo que Dios quiere es que te cases con un creyente, el indicado, y que te quedes con él toda la vida, para criar hijos que amen al Señor.   

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