“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Heb. 12:1, 2).
Lectura: Heb. 12:1-3.
Dame las alas de la fe para subir dentro del velo para ver a los santos arriba.
¡Cuán grandes sus goces, cómo resplandecen sus glorias!
Una vez estuvieron lamentando aquí abajo y mojaron su lecho con lágrimas;
Lucharon duro, como nosotros ahora, con pecados, dudas y temores.
Les pregunto cómo han conseguido la victoria, y a una sola voz contestan
Que procede del Cordero, su triunfo lo deben a su muerte.
Observaron sus pisadas, por donde anduvo Él, Su celo inspiró su pecho,
Y, siguiendo a su Dios encarnado, poseen su descanso prometido.
Nuestro líder glorioso reclama nuestra alabanza por darnos el patrón suyo,
Mientras la gran nube de testigos muestra el mismo sendero al cielo.
Isaac Watts, 1674-1748
Lo siguieron. Así es como llegaron al cielo. Marcaron su vida de fe y vivieron la suya propia siguiendo su ejemplo. Jesús es nuestro ejemplo de una vida de fe. Esta afirmación requiere mucha meditación. ¿Cómo puede ser Jesús nuestro ejemplo si Él todo lo sabía, y nada le costó nada puesto que Él es Dios? Al encarnarse, asumió las limitaciones que tenemos nosotros como seres humanos. Se hizo hombre de verdad. Todo lo que sabía, lo sabía por la Palabra y el Espíritu Santo, igual que nosotros. Todo lo que hizo, lo hizo en el poder del Espíritu, igual que nosotros. Por eso sirve como ejemplo para nosotros. El texto que tenemos delante se refiere a Jesús: “Jesús, el autor y consumador de la fe… Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (12:2, NVI). Nuestras circunstancias son diferentes que las suyas, pero el constante es que nosotros, como Él, tenemos que vivir una vida de fe.
La vida de fe para Jesús fue muy difícil. Por fe tuvo que creer en su identidad divina. Tuvo que poner fe en que lo que le contaron sus padres de su nacimiento era cierto. Tuvo que poner fe en que lo que decían las Escrituras acerca del Mesías se aplicaba a Él. Y por medio de la oración tuvo que averiguar del Padre cómo estas Escrituras tuvieron que cumplirse en Él. Salvando las distancias, esto es lo mismo que tenemos que hacer nosotros. Tenemos que descubrir nuestra identidad como hijos de Dios en las Escrituras y poner fe en que esto es cierto y vivir de acuerdo con la voluntad de Dios para nuestras vidas tal como leemos en las Escrituras, y el Espíritu Santo interpretándolas según las circunstancias que vivimos. Su fe fue probada hasta el último momento de su vida. En la hora negra clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, no obstante, mantuvo su fe, y finalmente clamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”. Y se fue para estar con Él. Este es el camino que nos marcó.
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