“Y mandó Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y de mal no comerás porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16, 17).
Lectura: Gen. 3:1-6.
Todos conocemos la historia del primer árbol. La serpiente engañó a la mujer y ella comió del árbol prohibido y dio de comer a su marido y los dos introdujeron la muerte en el hermoso huerto que Dios había abastecido para su deleite y que sirvió como el lugar de encuentro con su amado Creador. Para su propia protección, Dios los expulsó del hermoso huerto: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén” (Gén. 3:22, 23).
El primer árbol en nuestra historia es el árbol de la vida, pero nuestros primeros padres, en su condición de pecadores, vieron vetados el acceso a él para que no viviesen eternamente deformados y magullados por su desobediencia. Para regenerarlos Dios proveyó otro árbol: “(Jesús) llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). El madero en cuestión lo reconocemos inmediatamente como la cruz del Calvario. Este árbol es el árbol de la muerte. Fue cortado, privado de su hermoso follaje, torcido en forma de cruz, para llevar a nuestro Salvador a la muerte. En nuestra identificación con él nosotros también morimos al pecado y fuimos constituidos justos, y, por lo tanto, en condiciones para comer del árbol de la vida en el paraíso de Dios.
“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y la hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apoc. 22:1, 2). Este es nuestro tercer árbol. Es como si el árbol de la vida fuese tallado y convertido en una ruda cruz, y, habiendo servido a su propósito, fuese plantado en el paraíso cual esqueje, y agarró, echó raíces, fructificó y sirvió para dar sanidad y vida a las naciones, a todo aquel, del país que fuese, que quisiera venir para recibir perdón por medio del segundo árbol y vida eterna por medio del tercero. Esta hermosa historia es verdad.
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