LA TENTACIÓN A LA DESESPERACIÓN (2)

         

“Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (Mateo 27:43).
 
Lectura: Mat. 27:38-44.
 
            El diablo seguía tratando de destruir a Jesús hasta la última hora. Quería que muriese desesperado. Satanás es macabro y disfruta de la desesperación. No solamente quería ver a Jesús desesperado, sino renegando de Dios. Quería que pensase que Dios lo había abandonado y que quedaría muerto, condenado eternamente por nuestro pecado. La única esperanza de Jesús consistía en que Dios lo levantase de la muerte. Estaba anclada más allá de la muerte. Era imprescindible que Jesús tuviese fe en que Dios lo iba a resucitar. Esta es la fe que Satanás estaba obrando para destruirla.
 
            La gente decía: “Confió en Dios, pues si Dios realmente lo amase, si realmente era su Padre, no dejaría que su Hijo muriese”. La prueba de que realmente es el Hijo de Dios sería que bajase de la cruz. Para Jesús esta prueba era real y fuerte. Intentaba confundir sus pensamientos. Si Satanás pudiese conseguir que Jesús negase a Dios y muriese sin fe, lo llevaría con él al infierno. No habría salvación para nadie, y Satanás se vengaría de su antiguo rival, acabando con Él para siempre. Satanás es horrífico. Es una figura desalmada, cruel y sin atisbo de misericordia. Cuando una persona está sufriendo, va a por ella. Jesús llevaba encima el pecado del mundo, el Padre le había girado la cara. La presencia de Dios se había retirado. Su eterna unión con el Padre quedó rota. Jesús tuvo que vivir por fe sin sentir nada y en estos momentos Satanás intentó destruirlo.
 
Jesús reconocía la voz de Satanás y no cayó en la última tentación que le lanzó.  Seguía creyendo que el Padre le defendería, que vendría en su rescate y que no lo dejaría morir eternamente. Su cuerpo no se descompondría en la tumba. Estas son las palabras proféticas que revelan lo que Jesús estaba creyendo en estos momentos de oscuridad satánica: “Mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:9-11). Esto es lo que estaba creyendo Jesús en la hora negra de la tentación. Lo creía por fe, sin sentir nada, teniendo gozo en anticipar el resultado final.
  
            Por su parte, el Padre sí que lo reconoció como su Hijo y lo defendió. Vino en su rescate, pero no inmediatamente, sino al tercer día. Jesús tuvo fe y paciencia y al amanecer del tercer día salió de la tumba, victorioso por fe en el Dios que resucita a los muertos, y lo resucitó a Él. 
 
            Cuando tú te encuentres bajo una horrenda oscuridad satánica, medita en el ejemplo de Jesús que pasó todo esto en condición de hombre. Dios nunca te abandonará a ti como no abandonó a su Hijo, pero esto habrás de creerlo por fe, porque no sentirás nada. Rehúsa renunciar a tu fe, y Dios hará el resto como lo hizo con su Hijo.

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