“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:1-4).
Lectura: 1 Cor. 15:4-8.
La primera cosa que nos llama la atención en esta lectura es que el apóstol Pablo está hablando del evangelio por el cual somos salvos. No podría ser de más importancia. Este evangelio se centra en la resurrección, evento que fue profetizado y llevado a cabo “conforme a las Escrituras”. No es un invento de los tiempos del apóstol, sino el evangelio eterno según el cual uno recibe la salvación por medio de la muerte de Jesús por nuestros pecados, con la condición de que persevere en ello. Pues, si no retiene la palabra que el apóstol ha enseñado, su profesión de fe solo fue una emoción pasajera.
El evangelio comienza con la explicación de la finalidad de la muerte de Cristo, a saber, “por nuestros pecados”. Luego explica lo que pasó a continuación: “Jesús fue sepultado y resucitó al tercer día”. Para demostrar que había resucitado de verdad, “apareció a Cefas (Pedro), y después a los Doce” varias veces, y a todos a la vez. Ellos no lo inventaron, porque les iba a costar la vida testificar de ello. No les interesaba inventar una mentira y luego morir para defenderla. Tampoco es fácil conseguir que doce personas confabulen para inventarse una leyenda, ponerse de acuerdo en todos los puntos, y contar una variedad de experiencias, y que todas ellas concuerden.
“Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen”. Esta prueba, si fuese la única, sería toda la evidencia necesaria para creer en la veracidad de la resurrección. Quinientas personas no van a tener la misma alucinación a la vez. Como la mayoría de ellos todavía estaban vivos al tiempo de la redacción de la epístola, podrían dar fe de la veracidad de lo que el apóstol escribía. Quinientas personas son muchas. Y todos mantenían que habían visto la misma cosa. Todos vieron y reconocieron a Jesús y estaban convencidos de que estaba vivo.
“Después apareció a Jacobo”, es decir, a Santiago, hermano de Jesús, el escritor de la epístola que lleva su nombre. De su contenido comprendemos que este hermano estaba muy bien versado en las Escrituras y que fue una persona competente, que inspira confianza. Se parece mucho a su Hermano, el Señor Jesús, en su forma de aplicar las Escrituras y en su mentalidad judía. “Después a todos los apóstoles”. Puesto que ya ha mencionado a los Doce, entendemos que se refiere a un grupo mayor en número, todos ellos comisionados por Jesús para ser testigos de su resurrección y llevar el evangelio al mundo. “Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí”. Pablo se refiere a sí mismo como un abortivo, porque el Señor se le apareció a él fuera de tiempo, después de las apariciones nombradas, cuando Jesús ya había ascendido al cielo. Nosotros también podemos añadir nuestros nombres a esta lista, porque también podemos dar testimonio de que está vivo por su trato personal con nosotros.
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