“Su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lucas 5:15, 16).
Lectura: Lucas 5:12-16.
Jesús sanó a un hombre lleno de lepra con un solo toque de la mano y la lepra lo dejó. Para no atraer multitudes de enfermos, Jesús le mandó que no dijese nada a nadie, sino que fuese al sacerdote para que lo declarase limpio, según la enseñanza de la ley. Así podría ser reinsertado en la sociedad, por un lado, y dar testimonio a los sacerdotes, por otro. Pero el hombre no hizo caso a lo que Jesús le pidió: “Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes” (Marcos 1:45).
Por su desobediencia el hombre le complicó la vida a Jesús. Jesús se hizo famoso y tuvo que retirarse al desierto, pero aun así la gente lo encontraba. Habría tenido colas larguísimas siempre de gente deseando la sanidad, si esto hubiese sido su primera prioridad, pero no lo era. Más importante que sanar para Jesús era la predicación del evangelio. Pero no podría haber hecho ninguna de las dos cosas si no hubiese dedicado tiempo a la oración. De allí estribaba su poder. Jesús no era una fuente inagotable de poder, ni para predicar, ni para sanar. En una ocasión cuando sanaba Jesús dijo: “Alguien me ha tocado; porque he conocido que ha salido poder de mí” (Lu. 8:46). El poder salía de él cuando sanaba. Había que rellenarse por medio de la oración.
Jesús recibía su poder del Padre por medio de la oración. Él Padre iba llenándolo del poder de su Espíritu. Si Jesús necesitaba poder para llevar a cabo la obra de Dios, ¡cuánto más lo necesitamos nosotros! Si vamos dando y dando y dando, nos vaciamos. Jesús, sabiéndolo, no se dedicaba sin medida a las necesidades de la gente, sino que buscaba lugares donde poder estar a solas con el Padre: “Más él se apartaba a lugares desiertos, y allí oraba”.
Tenemos mucho que hacer. La obra exige todo el tiempo que tenemos y más. Si estamos cuidando de niños pequeños, tenemos más trabajo de lo que puede caber en un día. Siempre tendremos muchas demandas sobre nuestro tiempo, y la obra es hermosa. Para Jesús le habría producido mucha satisfacción ver a los enfermos sanados. Pero no podemos dar efectivamente si no estamos llenos del Señor. Es imprescindible pasar tiempo con el Padre para mantener nuestro depósito lleno, por así decirlo. Si no, nos agotamos. Nos quemamos. Llegamos a un punto en que no podemos más. Pero Jesús nunca llegó a este punto, porque siempre tuvo cuidado de dedicar tiempo para buscar al Padre en oración. Mantener la comunión, el contacto y la comunicación con Él era lo que lo llenaba. Y es lo único que nos puede llenar a nosotros también. Que su ejemplo nos inspire a hacer lo mismo.
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