LO HEMOS HALLADO

“Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (Juan 1:45).
 
Lectura: Juan 1:43-51.
 
            La reacción de Natanael al anuncio de Felipe era perfectamente lógica: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?”. El Mesías no tenía que venir de Nazaret, sino de Belén. “Galilea de los gentiles”, como los judíos llamaban con desprecio a la zona donde Jesús vivía, no era la tierra de donde tenía que proceder el Mesías. Es más, ¿cómo iba a ser el hijo de un carpintero el futuro rey de Israel? Ese Jesús de Nazaret no era nada prometedor. Felipe estaría loco. El que los profetas anunciaban sería un libertador del opresor; introduciría un reino de paz y prosperidad. Tenía que ser un segundo David, de la familia real, fuerte en batalla, que gobernaría a Israel. Llevaría un ejército para librarlos de naciones enemigas, extendería sus fronteras y alzaría su posición en el mundo. Esto es lo que esperaban los israelitas piadosos. Tenía que ser una combinación de Sansón, David y Elías, no el hijo de un carpintero de Nazaret.
 
            Las Escrituras se entienden mirando hacia atrás, no mirando hacia delante. Sabemos lo que ya ha pasado y lo encajamos en nuestra comprensión de las Escrituras, pero nuestra comprensión de la profecía sigue estando tan limitada como lo estuvo la de los judíos en tiempos de Jesús. Se equivocaron grande y trágicamente en sus predicciones acerca del Mesías y del futuro programa de Dios.
 
            Dios es mucho más brillante que nosotros. Pensamos que, con un gran líder político y con leyes justas, podemos solucionar los problemas del mundo, pero hemos subestimado la maldad del corazón humano. De él vienen todos nuestros males. Dios llega a la raíz del problema. Lo que necesitamos es justicia, esto sí, pero ningún sistema político la va a proporcionar. La justicia tiene que proceder del corazón del hombre, y del hombre hecho nuevo, no de la política. El hombre no necesita mejorar, necesita morir y nacer de nuevo con una nueva naturaleza, un nuevo corazón y un nuevo espíritu: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros… Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu” (Ez. 36:26, 27). Para que esto pasara, Jesús tuvo que venir y morir, llevando nuestra vieja naturaleza a la tumba con Él, resucitar y mandar su Espíritu para transformarnos. Dios lo profetizó y lo hizo en Jesús.  
 
            Ahora muchos de nosotros podemos decir con Felipe: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret”. Jesús es el perfecto cumplimiento de lo que escribió Moisés y de lo que los profetas anunciaron. Mirando atrás lo vemos, y nos maravillamos. El plan de Dios es increíble. ¡No podríamos tener un Mesías mejor! En Él hemos encontrado la vida, la salvación, y la perfección de Dios. Nuestro descubrimiento es la Persona maravillosa de Jesús de Nazaret, y conocerlo es entrar en otra dimensión de la realidad de Dios.            

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