LA VIDA DE JUDÁ (7)

 

“Entonces Judá se acercó a él (a José), y dijo: Ay, señor mío, te ruego que permitas que hable tu siervo una palabra en oídos de su señor, y no se encienda tu enojo contra tu siervo, pero tú eres como Faraón… Como tu siervo salió como fiador del joven con mi padre, diciendo: Si no te lo vuelvo a traer, entonces yo seré culpable ante mi padre para siempre; te ruego, por tanto, que quede ahora tu siervo en lugar del joven por siervo de mi señor, y que el joven vaya con sus hermanos. Porque, ¿cómo volveré yo a mi padre sin el joven? No podré, por no ver el mal que sobrevendrá a mi padre” (Génesis 44:18, 32-34).
 
Lectura: Gén. 44:18-34.
 
            Esta es la evidencia fehaciente de que Judá realmente ha cambiado. Es relativamente fácil hacer una promesa que nos compromete, pero es muy diferente cumplirla a la hora de la verdad (tendremos la oportunidad de comprobarlo con nuestra propia experiencia). Judá prometió que sería responsable por la seguridad de Benjamín su hermano menor, pensando que nada le iba pasar al joven. Ahora sabemos que la promesa la hizo de verdad, porque cuando hizo falta, a la hora de la prueba, estaba dispuesto a poner su vida por su hermano. Estaba dispuesto a quedarse en Egipto todo el resto de su vida con tal de librar a su padre de la pérdida de su hijo favorito. Judá sabía que su padre podía vivir sin él, Judá, porque estuvo perdido entre los cananeos durante unos veinte años y su padre lo soportó bien. Es muy duro saber que tu padre quiere más a tu hermano que a ti, pero ahora Judá puede vivir con esta realidad y no reaccionar con celos y odio. A Judá se le rompió el corazón al ver el sufrimiento de su padre en el asunto de José. No lo podría volver a soportar. Realmente amaba a su padre. Esto es muy grande. Judá es noble. Ahora actúa para el bien de su padre y la salvación de su hermano a coste de su propia vida. Es como su Descendiente, el Señor Jesús, que puso su vida por nosotros, sus hermanos, por amor a su Padre.
 
Su padre no lo tenía por el favorito, pero su Padre celestial lo escogió a él entre los doce hermanos para ser la cabeza de la tribu de donde procedería el Mesías: “Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmon engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David…” (Mateo 1:2-6). Allí está Judá ocupando el lugar de honor entre sus hermanos. El Señor Jesús no descendió de José, sino de Judá, de Judá quien soportó el menosprecio y todavía amaba la vida de su hermano más que la suya propia. Dios le hizo pasar por el tubo para refinarlo. Judá enfrentó su propia mezquindad por engañar a Tamar en cuanto a su tercer hijo, su propio pecado en tener relaciones con la que él creía ser una prostituta cultual, su descenso al corazón del paganismo, y su salvación al confesar la verdad de cómo era. Volvió a su familia y a su Dios, y ahora Dios lo puso en el lugar de honra. La salvación de todo pecador viene de la tribu de Judá.  

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