“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado… Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:1, 3-5).
Lectura: Gén. 43:1-4.
Judá encubrió su pecado durante muchos años, pero este seguía atormentándolo. Todo le iba de mal en peor. El camino del alejamiento de Dios no trae felicidad, porque “el Señor, al que ama, disciplina” (Heb. 12:6) cuando se aparta, para que vuelva. Judá perdió todo lo que adquirió en la tierra de maldición: sus hijos, su esposa y su integridad, hasta que volvió al camino de la bendición, a la familia de Dios. El punto de inflexión en su vida ocurrió cuando confesó su pecado. Lo mismo pasa con nosotros: cuando escondemos nuestro pecado, la vida nos va mal; cuando confesamos nuestro pecado, Dios nos perdona y convierte nuestro pasado en bien. Judá volvió a la tierra de la promesa con sus dos hijos gemelos y su nuera y Dios los incorporó a su pueblo. El Mesías descendió del mayor de los gemelos. Mejor no apartarnos de Dios: ¡nos ahorraremos mucho sufrimiento! Este himno nos hace pensar:
Oh, si pudiera caminar más cerca de Dios, con una vida consagrada;
Oh, si tuviera una luz que alumbre el camino que me conduce al Cordero.
¿Dónde está la bendición que conocía antes con el Señor?
¿Dónde está la visión fresca de Jesús y de su Palabra?
¡Qué horas de paz disfrutaba! ¡Qué dulce su recuerdo todavía!
Pero han dejado un vacío doloroso que el mundo no puede llenar.
Vuelve, oh Paloma santa, vuelve, dulce mensajero de descanso;
Odio los pecados que te entristecieron y te alejaron de mi pecho.
El ídolo más amado que he conocido, sea cual sea este ídolo,
Ayúdame a arrancarlo de Tu trono, y a adorarte solo a Ti.
Así caminaré muy cerca de Dios; consagrada será mi vida;
Así una luz más pura alumbrará el camino que me conduce al Cordero.
William Cowper, 1731-1800.
La siguiente vez que vemos a Judá, está de vuelta en Canaán de nuevo con su familia en medio de una hambruna, hablando de la necesidad de ir a Egipto con sus hermanos para buscar comida. Su padre no quiere que vaya Benjamín, pero Judá lo convence: “Entonces Judá dijo a Israel su padre: Envía al joven conmigo, y nos levantaremos e iremos, a fin de que vivamos y no muramos nosotros, y tú, y nuestros niños. Yo te respondo por él; a mí me pedirás cuenta. Si yo no te lo vuelvo a traer, y si no lo pongo delante de ti, seré para ti el culpable para siempre” (Gen. 43:8, 9). ¡Este es un nuevo Judá hablando! La disciplina le ha hecho bien. Comprende y acepta el favoritismo de su padre; lo tranquiliza ofreciéndose como seguridad para su hijo favorito. No censura a su padre, y no tiene celos de su hermano pequeño. Ahora es parte integral de la familia, colaborando para su bien.
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