“Pero ella, cuando la sacaban (para quemarla) envió a decir a su suegro: Del varón cuyas son estas cosas, estoy encinta… Entonces Judá los reconoció, y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo” (Génesis 38:25, 26).
Lectura: Gén. 38:26-30.
Dejamos a Judá a punto de quemar viva a su nuera. Su vida de perdición había dejado muchas secuelas. Después de vender a José a la esclavitud, se alejó de su familia y su Dios. Se casó con una mujer que no conocía a Dios y nunca la llevó a la fe en el Dios de Israel. Al contrario, ella lo llevó a él al paganismo. Ella murió sin conocer al Señor. Sus tres hijos nunca llegaron a conocerlo tampoco. Su influencia para el Señor era nula. Judá mismo se había hecho vil teniendo sexo con una prostituta cultual de los dioses cananeos. Había engañado a su nuera prometiéndole a su tercer hijo sin la más mínima intención de cumplir su promesa. Y ahora ella lo engañó a él. Estaba embarazada de un hijo suyo.
Cuando la sacaron para quemarla, ella envió a decir a su suegro: “Del varón cuya son estas cosas, estoy encinta… Entonces Judá los reconoció, y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo”. Por fin Judá ha vuelto en sí, finalmente, después de haber dejado su vida hecha trizas. Debería haber sido abuelo, pero en lugar de esto, vino a ser padre de una descendencia para Dios. Dios eliminó toda su vida anterior. Murieron su esposa, sus dos hijos, y el tercero estaba perdido en el mundo; nunca más se lee nada acerca de él. Pues Judá lo dejó en el mundo y volvió a su familia y a su Dios con su nueva familia, con Tamar y los gemelos que ella le había dado; sí, ella tuvo gemelos, uno por cada hijo que Judá había perdido. Judá ya había empezado de nuevo, con su familia y sus hijos. Nunca más tuvo relaciones con Tamar (38:26), aunque estas eran permitidas por las costumbres cananeas, pero Judá había vuelto a su familia y a su Dios donde no estaban permitidas, y lo respetó, muestra de su conversión. El arrepentimiento se ve en el cambió de vida. Dios había encontrado a este bisnieto de Abraham en fidelidad a su pacto con él, con Abraham, su amigo.
Esto deja mucho en qué pensar. La conversión es una nueva vida. Judá ya tenía una nueva esposa, la esposa de su arrepentimiento, y ella sí, llegó a ser del pueblo de Dios. De hecho, llegó a ser antepasada directa del Mesías, del Señor Jesús: “Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendró de Rahab a Booz, y Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David…” (Mateo 1:2-6). La primera esposa de Judá y sus hijos no llegaron a formar parte del pueblo de Dios, pero la esposa de su arrepentimiento, sí, juntamente con sus hijos.
Dios defendió a esta mujer que fue tan abusada. La reconoció como mujer virtuosa y la incorporó en su pueblo y en la genealogía de su Hijo. La próxima vez que vemos a Judá está de nuevo con sus hermanos. Bajaron a Egipto a comprar grano donde Judá termina ofreciendo su vida por su hermano Benjamín. ¡Qué cambió en la vida de Judá! ¡Cómo se ven los efectos de su conversión! ¡Y cómo lo honró Dios trayendo al Mesías de su línea!
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