“Pasaron muchos días y murió la hija de Súa, mujer de Judá. Después Judá se consoló, y subió a los trasquiladores de sus ovejas a Timnat a trasquilar sus ovejas” (Génesis 38:12, 13).
Lectura: Gén. 38:13-19.
Llegó la estación del año en que se esquilaban las ovejas. Judá buscó a su viejo amigo del mundo, Hira el adulamita, y subió a Timnat con él. Por el camino vio a una mujer vestida de prostituta cultual y se fijó en ella. No la reconoció como su nuera, porque Tamar se había quitado su ropa de viuda y llevaba los velos y colores hermosos de las mujeres que servían en los templos de los dioses. Tenían sexo con los adoradores de los dioses para unirlos a la deidad. Para un judío tener sexo con una prostituta cultual cananea significaba que se unía a sus dioses. Era un acto de adoración a los ídolos. Para un judío era mucho peor que tener sexo con una prostituta común, era unirse a un dios pagano. Hasta allí llegó Judá en su alejamiento del Dios verdadero.
En contraste, lo que hizo Tamar era correcto. Su obligación era levantar la familia de su suegro por medio de los hijos que ella diese a sus hijos. Como el primer hijo había muerto después de un año y el segundo dentro del mismo año, ella esperaba que le diese el tercero para cumplir con su cometido, pero con el paso de los años, pues habían pasado unos 6 o 7, quedó patente que Judá no la iba a casar con su tercer hijo, porque estaba convencido de que ella era una bruja. Su suegra no la quería en casa como la supuesta culpable de la muerte de sus dos hijos, y, por supuesto, no quería que se casara con el tercero. Cuando su esposa murió, Judá podría haber cumplido con su obligación con Tamar sin la presión de su esposa, pero no lo hizo. Así que Tamar hizo la única cosa que le quedaba para poder cumplir con su obligación de dar un hijo a la familia de Judá, que era tener sexo con él. Esta opción estaba de acuerdo con las costumbres cananeas. Así que Tamar se puso en el camino por donde Judá tenía que pasar, Judá la solicitó, y ella le pidió recompensa. Judá le prometió una cabrita de su rebaño y ella le pidió una prenda suya en garantía de que lo cumpliese. Él le dio su sello, su cordón, y su báculo, tuvo relaciones con ella, y siguió por su camino. Cuando pudo Judá le envió la cabrita por medio de su amigo Hira, para recuperar sus prendas, pero Hira no pudo encontrarla y nadie de la zona sabía nada de ella. Hira volvió y se lo contó a su amigo, y Judá se olvidó del incidente. Tamar se quedó con las prendas que lo identificaban.
Pasaron tres meses y le fue dicho a Judá que su nuera estaba embarazada por haber ejercido como prostituta. La reacción inmediata de Judá fue: “Sacadla y que sea quemada”. Tan bajo había caído Judá en su rebeldía con Dios que para él su nuera ni era humana. La tenía como máquina de tener hijos. Como no lo había hecho, habría que deshacerse de ella. Eligió la forma más cruel para matarla. Los israelitas apedreaban en estos casos; él quería torturarla. No se le pasó por la cabeza que él no le había dado a su hijo, ni pensó en que ella era su responsabilidad, y que él la había sacado de su casa. No pensó en ella para nada. Su corazón estaba como una piedra. Su pecado lo había convertido en una bestia. Qué horrible es el pecado, y cómo nos desfigura. Quita nuestra humanidad y la de los demás. Anula el amor. La persona se vuelve inhumana. ¿Qué tenía que pasarle a Judá para hacerlo volver en sí?
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