“Aconteció que en aquel tiempo, Judá se apartó de sus hermanos, y se fue a un varón adulamita que se llamaba Hira. Y vio allí la hija de un hombre cananeo, el cual se llamaba Súa; y la tomó, y se llegó a ella” (Génesis 38:1, 2).
Lectura: Gén. 38:9-11
Imagina que te apartas de tu familia y del Dios de tu familia y te casas con un hombre cananeo, de buen parecer y muy varonil, por supuesto, y tienes un hijo varón y él te anuncia que será sacrificado a Baal. La costumbre te parece aborrecible, pero, como mujer, no tienes nada que hacer, y pierdes al hijo de tus entrañas. Después tienes una niña y tu marido te anuncia que cuando ella tenga doce años irá al templo de Timnah para servir como prostituta cultual. Tu casa huele a incienso que te recuerda continuamente que tu marido es cananeo y que estás obligada a cumplir con sus promesas a sus dioses. Después tienes un tercer hijo y piensas que éste será para ti, pero algo ocurre que pone en peligro su vida. Estás en vilo. La vida de alguien que procede de un hogar “cristiano”, apartado de Dios, es muy dura.
Judá estaba preocupado. Ya ha perdido a dos hijos y estaba obligado a dar su tercer hijo a Tamar en matrimonio. Teme por su vida. Su esposa tiene supersticiones cananeas y cree que su nuera Tamar tiene poderes espirituales maléficos y que es responsable por la muerte de sus dos maridos, y no quiere perder a su tercer hijo. Entonces Judá dijo a Tamar su nuera: “Quédate viuda en casa de tu padre, hasta que crezca Sela mi hijo” porque temía que él muriese, como sus hermanos. Así que Tamar se fue a vivir en casa de su padre. Esto habría sido una humillación para ella y una vergüenza para su familia. Había fracasado en su responsabilidad primordial, que era la de tener hijos para la familia que la había comprado. Su padre se habría resentido de su regreso a casa. Ahora estaba obligado a darle cobijo esperando que su suegro le pidiese que volviese. Nada de eso fue culpa de Tamar, pero ella tuvo que sufrir las consecuencias de la maldad de sus dos maridos y el estigma de no tener hijos. Ahora estaba expulsada y relegada a vivir de nuevo en casa de su padre, asumiendo una culpa que no era suya. No le quedaba otra posibilidad que quedarse en casa de su padre a la espera de que su suegro le pidiese que volviera a la que real y legalmente era su casa.
Cuando te apartas del Señor causas mucho sufrimiento a otras personas inocentes. Amargas tu propia vida y la de los que tienen que vivir contigo. Ellos son las víctimas adicionales de tu pecado. El pecado cunde mucho y trae muchos estragos.
Así que Tamar se quedó en casa de su padre y esperaba. Iban pasando los años, muchos años, siempre esperando, y sin recibir noticia de la casa de su suegro. ¡Cómo anhelaba tener un hijo que justificara su existencia! En el curso del tiempo la esposa de Judá murió. Dios amaba a Judá y por medio de sus pérdidas lo estaba llamando a volver, pero Judá estaba sordo. Su corazón se había endurecido, otra consecuencia del pecado. Judá ya había perdido a dos hijos y a su esposa. ¿Aún no estaba dispuesto a volver a su familia y a su Dios? Parece que no, porque cuando estaba consolado de la muerte de su esposa, hizo una cosa terrible. Ya lo veremos.
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