“Y vio Judá la hija de un hombre cananeo, el cual se llamaba Súa; y la tomó, y se llegó a ella. Y ella concibió, y dio a luz un hijo, y llamó su hijo Er. Concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y llamó su nombre Onán. Y volvió a concibió y dio a luz un hijo, y llamó su nombre Sela” (Génesis 38:2-5).
Lectura: Gén. 38:7-10.
La vida del pecador es dura. Judá se apartó de su familia y de su Dios para olvidar el pecado que cometieron él y sus hermanos contra José su hermano, pero, en lugar de hacerlo olvidar el pecado, su alejamiento incrementó su sufrimiento, porque ahora estaba lejos de su familia y todo lo que le era familiar. Se sentía solo en su culpabilidad. Su conciencia le atormentaba. Él abandonó la línea de la bendición y se incorporó en la línea de la maldición. Su esposa, siendo del mundo, no supo criar a sus hijos en los caminos de Dios, sino que los crio de acuerdo con las costumbres de los cananeos. Ellos adoraban muchos dioses incluyendo a Asterot, la diosa de la fertilidad, y Baal. El culto a la diosa se celebraba con la prostitución cultual, en la que la sacerdotisa tenía relaciones sexuales en un altar elevado a la vista de todos los presentes. El culto a Baal se celebraba con el sacrificio de niños. Estas prácticas eran aborrecibles a Dios, y lo habrían sido a Judá también puesto que se había criado en una familia que respectaba la forma de adoración a Dios que habían aprendido de su padre Abraham.
En su condición de alejamiento, Judá se buscó una esposa cananea para su hijo primogénito cuyo nombre era Tamar. Pero Er era tan perverso y malo a los ojos de Dios que Dios le quitó la vida. Habría sido una persona malísima para provocar a Dios de esta manera. Así Judá sufrió la pérdida de su hijo mayor. Según la costumbre de aquellos tiempos, tanto entre los cananeos como en Israel, el suegro de Tamar tenía que darle a su segundo hijo para levantar descendencia al difunto, quien heredaría la porción correspondiente de los bienes de la familia. De esta manera los bienes de Judá se dividirían entre sus tres hijos. Así que Tamar fue dada a Onán por esposa. Pero él rehusó levantar descendencia para su hermano. Era muy egoísta y quería la parte de su hermano de la herencia además de la suya propia. Su actitud desagradó a Dios de tal manera que Dios le quitó la vida de Onán también, Judá perdió a su segundo hijo. Su muerte habría causado mucho dolor a Judá. Habría comprendido que era Dios quien lo hizo y que la acción de Dios estaba justificada por la clase de hombres que eran sus hijos. Es malo perder un hijo, es peor perder a dos, pero es aún mayor perderlos por su propia maldad como castigo de Dios. Con cada pérdida, Judá se habría acordado de su propia maldad al despreciar a su hermano José.
Así que Judá estaba de duelo, lejos de su familia, casado con una mujer pagana que había criado a sus hijos según la religión y los valores de los cananeos. Judá sufría por sus hijos, sufría por la esposa que tenía y sufría por su propio pecado, sabiendo que su vida tampoco estaba del agrado de Dios. Con todo, Dios lo estaba llamando a volver, a volver a su familia y a su Dios, pero el corazón de Judá permanecía duro. ¿Qué tenía que pasar para que Judá volviese? Ya lo veremos.
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