“Y viendo sus hermanos que su padre (Jacob) lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían (a José), y no podían hablarle pacíficamente” (Génesis 37:4).
Lectura: Gén. 37:23-28.
Judá fue uno de estos hermanos que aborrecía a José. Ellos confabularon para aprovecharse de la primera oportunidad que se les presentaba para quitarlo de en medio. En un lugar remoto lo vieron acercarse a donde estaban ellos y lo capturaron. Lo arrojaron a una cisterna para dejarlo morir. “Entonces Judá dijo a sus hermanos: ¿Qué provecho hay en que matemos a nuestro hermano y encubramos su muerte? Venid, y vendámosle a los ismaelitas, y no sea nuestra mano sobre él; porque él es nuestro hermano y nuestra propia carne. Y sus hermanos convinieron con él” (Gén.37:26, 27). Judá escuchó las súplicas penosas de José, y observó mientras su hermano menor fue llevado cautivo para ser vendido como esclavo en Egipto, si sobrevivía al viaje. Entonces volvieron los hermanos a casa e intentaron convencer a su padre de que José estaba muerto. Jacob lo creyó a medias. Trataron de consolarlo pero Jacob estaba inconsolable.
Cada día los hermanos vieron como lloraba su padre por su hijo. Fue tan penoso ver a su padre desecho, día tras día llorando, que Judá decidió salir de casa: “Aconteció en aquel tiempo, que Judá se apartó de sus hermanos, y se fue a un varón adulamita que se llamaba Hira” (38:1). Buscó refugio en la amistad del mundo. El deshacerse de su hermano, en lugar de resolver el problema del malestar en casa, del favoritismo y de los celos, solo lo agravó. La conciencia de Judá lo afligía tanto que perdió la paz interior. El crimen no une, sino que separa. Si antes la familia estaba desunida por causa del favoritismo y del odio, ahora estaba más estropeada por medio del fratricidio. Judá se sentía miserable. Estaba inquieto. Se apartó de su familia y del Dios de su familia. No hay confesión de pecado, solo hay miseria y más separación. Judá se fue al mundo.
Se hizo amigo de un hombre del mundo y se casó con una mujer del mundo. Ella habría sido guapa y él se habría enamorado de ella, pero el matrimonio no es vivir con la apariencia, sino con la realidad, y la realidad es que esta mujer era cananea, y tenía corazón de cananea, y sus valores eran muy diferentes a los de los israelitas. Judá nunca la ganó para Dios. Todo lo contrario, ella lo llevó a él a sus dioses. El matrimonio con alguien del mundo no proporciona la felicidad que promete, no trae consuelo y paz, no crea unidad, no es productivo, y esta historia lo muestra con todos sus colores. Ya lo veremos.
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