“Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle” (Zacarías 3:1).
Lectura: Zac. 3:1-7.
Josué era el sumo sacerdote. Él y Zorobabel, el gobernador, habían vuelto a Jerusalén para encargarse de la restauración de Israel después de la cautividad. En esta visión Josué se encontraba en la presencia de Dios, delante de su trono. ¿Y quién más estuvo presente? Satanás. ¿Y qué hacía? Acusaba. Acusaba al sumo sacerdote. Ahora esto es interesante. Es lo que Satanás siempre hace. Acusa. Él es el acusador de los hermanos. Nos acusa delante del Señor a ver si puede conseguir que el Señor no nos acepte como intercesores a favor de su obra. Satanás acusaba a Josué para bloquear su acceso a Dios y atar sus manos para que no pudiese realizar la obra tan importante que estaba haciendo. Sin oración, no hay obra. ¿De qué lo acusó? De no estar en condiciones para ejercer como sumo sacerdote. Satanás acusa a los encargados de una obra, a los que van a ser eficaces para Dios en su servicio, para que lo dejen. Aquí pretende parar la obra de Dios en Israel. Satanás quiere quitar de en medio a Josué para que Jerusalén no sea reconstruida espiritualmente. ¡Brillante plan! Si no hay sumo sacerdote, por mucho que trabajen en la reconstrucción del templo, el judaísmo no puede funcionar, porque falta la relación con Dios. Entonces interviene el Ángel del Señor para defender a Josué: “Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?” (3:2). Así somos todos los creyentes, tizones arrebatados del infierno, salvados por la sangre de Jesús. Dios ha escogido a Jerusalén. ¿Qué tiene que ver? Jerusalén se va a reconstruir espiritualmente porque Dios la ha escogido y protegerá a su obra. A Satanás le dice: “Fuera tu plan. He escogido a Jerusalén, así que tú no tienes nada que decir”.
Ahora, Josué estaba vestido de ropas sucias delante del Ángel del Señor (3:3). Y el Ángel dijo: “Quítenle sus ropas sucias” (3:4). Nadie tiene ropa limpia para presentarse delante de Dios si no ha sido revestido con la justicia de Jesús. Y Dios le dice a Josué: “Mira, he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala” (3:4). ¿Dónde las consiguió? En el Calvario. Le quitó toda la suciedad y lo vistió de blanco y puso una mitra limpia en su cabeza. ¿Qué pecado había cometido Josué? Ninguno en especial. Tenía la condición pecaminosa común a los seres humanos delante de la santidad de Dios. Ciertamente no somos perfectos. Satanás siempre tendrá algo de qué acusarnos para que no trabajemos en la construcción de la nueva Jerusalén. Una ciudad sin habitantes no vale nada. Hace falta reconstruir a Jerusalén y llenarla de gente. Cuando Dios escoge a Jerusalén, escoge a todos los que tienen que estar en ella. Y aquí estamos para trabajar en esta obra revestidos con la ropa limpia de la justicia de Jesús. Y Dios nos dice: “Si anduvieres por mis caminos, y si guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis atrios, y entre éstos que aquí están te daré lugar” (3:7). Esto viene a decir: “Si tú andas por mis caminos, tendrás derecho a entrar en mi presencia y te daré un lugar delante de mi trono”. Es una promesa maravillosa. Guárdate limpio y tendrás un lugar de intercesión delante de mí, dice el Señor. Es maravilloso, porque si podemos ponernos delante de Dios para orar, podemos conseguir lo que pedimos. ¿De dónde viene la autoridad? De dos cosas. Viene de estar limpio con la sangre de Jesús y llevar sus ropas de justicia, y el segundo requisito es ser obediente. No solo hace falta su ropa blanca, hemos de ser obedientes. Así podemos presentarnos delante de Dios e interceder, y Dios nos dará lo que le pedimos.
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