“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1, 2).
Lectura: Romanos 5:1-11.
El himno que sigue fue escrito por Juan Newton el propietario de barcos que transportaban esclavos en el siglo XVIII. Él descubrió la gracia de Dios en Cristo y fue gloriosamente salvo para dedicar el resto de su vida a la propagación del Evangelio como pastor de la Iglesia de Inglaterra. Se puede imaginar cómo su conciencia lo atormentaba cuando Dios lo despertó a la magnitud de su pecado y la certeza de la condena que lo esperaba, pero cuando nosotros entendemos la santidad de Dios y el abismo que nos separa de Él por nuestro pecado, necesitamos la misma misericordia que encontró Newton.
Acércate, alma mía, a la sede de la misericordia[1]donde Jesús contesta la oración;
Arrodíllate allí con contrición, porque nadie que acude a aquel lugar puede perecer.
Tu promesa es mi único alegato, con ella me atrevo a acercarme a Ti;
Tú llamas a venir a Ti a las almas cargadas, y tal, oh, Señor, soy yo.
Doblegado bajo una carga de pecado, acusado y atormentado por Satanás,
Con guerra por fuera y temor por dentro, acudo a ti para conseguir descanso.
Sé tú mi escudo y mi escondedero, para que, abrigado a tu lado,
Pueda enfrentar a mi feroz acusador y decirle que tú has muerto.
¡Oh amor maravilloso!: desangrar y morir, llevar la cruz y la vergüenza,
Para que pecadores culpables como yo puedan confesar tu Nombre de gracia.
John Newton, 1725-1807
Somos justificados por la fe en la eficacia de la sangre de Cristo para pagar por nuestra condena y conseguir nuestro perdón: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Así entramos en la gracia de Dios en la cual tenemos no solo el perdón de nuestro pecado, sino también la esperanza de la gloria de Dios: “por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Nuestra fe está puesta en la muerte de Cristo por los culpables: “Dios muestra su amor para con nosotros en que, siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros. Estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (5:8, 9). Toda nuestra esperanza de salvación de la ira de Dios y de la justa condenación está depositada en la sangre de Cristo derramada en nuestro lugar en la Cruz del Calvario. Cristo nos ha reconciliado con Dios. Alabada sea la maravillosa gracia de Dios.
[1] Propiciatoria.
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