“Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien. Pero cuando lo oyeron Sanbalat horonita, Tobías el siervo amonita, y Gesem el árabe, hicieron escarnio de nosotros, y nos despreciaron, diciendo: ¿Qué es esto que hacéis vosotros? ¿Os rebeláis contra el rey?” (Nehemías 2:18, 19).
Lectura: Neh. 1:1-11.
Siempre hay los que quieren estorbar la obra de Dios. El libro de Nehemías es muy parecido al de Ester en cuanto a varias cosas:
- Había una amenaza al pueblo de Dios.
- Dios les hizo saber a sus siervos, a Mardoqueo y Ester, y a Nehemías.
- Ellos se dedicaron a la oración y formularon un plan de acción delante de Dios.
- Cuando el rey les preguntó lo que querían, tenían la respuesta preparada.
- Dios tocó el corazón del rey para concederles lo que pidieron.
- Hubo poderosos enemigos del pueblo de Dios activamente tramando su fracaso.
- Era necesario enfrentarlos.
Cuando Dios nos hace ver lo que está pasando y lo que el enemigo pretende, no podemos resignarnos a perder todo lo que hemos trabajado durante años para poderlo conseguir, pero eso es lo que ocurre muchas veces. Ester no dijo: “¡Qué pena que todos nos vayamos a morir! No hay nada que hacer. El rey ha firmado el edicto y la fecha ya ha sido escogida, la fecha para que nos maten a todos”. Ante lo imposible, ella actuó. Tampoco aceptó las malas noticias Nehemías creyendo que no había nada que hacer puesto que él estaba tan lejos y ocupado en el servicio del rey. Su corazón estaba en la obra de Dios en Jerusalén. Cuando supo que el muro estaba derribado y las puertas de la ciudad quemadas a fuego dijo: “Me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné, y oré delante del Dios de los cielos” (Neh. 1:4). Después oró una de las oraciones más importantes de la Biblia y la concluyó diciendo: “Te ruego, Oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo, y dale gracia delante de aquel varón (el rey)” (Neh. 1:11). Nehemías se involucró en la problemática y pidió algo concreto al Señor. El próximo paso era conseguir permiso para ir a Jerusalén; Dios tocó el corazón del rey, y lo consiguió.
El paso siguiente fue pedir la colaboración de los judíos, sacerdotes y nobles de Jerusalén: “Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio” Neh. 2:17). Les dio ánimos explicando cómo Dios lo había ayudado hasta aquí y ellos respondieron positivamente: “Levantémonos y edifiquemos” (2:18). Todo bien hasta aquel momento, “pero cuando lo oyeron Sanbalat horonita, Tobías el siervo amonita, y Gesem el árabe, hicieron escarnio de nosotros, y nos despreciaron, diciendo: ¿Qué es esto que hacéis vosotros? ¿Os rebeláis contra el rey?”. (2:19). ¡No se demoraron en actuar! Enseguida que tomamos la decisión de ponernos manos a la obra, el enemigo se levanta a estorbarla. Emplea escarnio, desprecio, y acusación. Sus armas son fuertes. Nos sentimos impotentes y él aprovecha para convencernos de que no podemos hacer nada. Busca acusaciones legales para parar la obra. De repente nos encontramos en una gran batalla espiritual. El resto del libro lo explica. Lo importante es no resignarnos, sino orar y trabajar, y finalmente llevaremos a cabo lo imposible con la ayuda del Señor.
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