¿QUÉ DIOS COMO TÚ?

“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18).
 
Lectura: Miqueas 7:19, 20.
 
            Nuestro Dios es incomparable. No es como los dioses inventados por los hombres que son impersonales, irrazonables, terroríficos e implacables. Tampoco es como el hombre que se enfada, guarda rencor para siempre y se amarga. Dios descarga su ira en justicia y luego perdona la maldad y se olvida del pecado para siempre, porque se deleita en misericordia. El carácter de Dios es perfectamente equilibrado. Es justicia y amor. Su justicia exige que el pecado se pague, y su misericordia se manifiesta una vez que el pecado ha sido pagado. No podemos esperar que pase por alto nuestras ofensas, pero tampoco que retenga su enojo para siempre. Israel pagó por su pecado con la muerte de la mayoría y el cautiverio de los demás, del “remanente de su heredad”, pero una vez que volvieron de la cautividad, fluía su misericordia.
 
“El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (7:19). Y, como dice el viejo refrán, pone un letrero a la orilla del mar diciendo: “PROHIBIDO PESCAR”. El Acusador (es decir, Satanás) nos acusa del pecado ya perdonado, pero Cristo es nuestro defensor y muestra las señales de su pasión delante del Padre “recordándole” que nuestra deuda quedó pagada en su totalidad. Hay dos peligros aquí. Uno es caer en el engaño del enemigo y creer que Dios todavía está airado con nosotros, que nunca estaremos totalmente perdonados, que tenemos que ganar el perdón de Dios por nuestras obras. El otro peligro es creer que el pecado no tiene importancia porque Dios siempre perdona. Esto es no haber leído el libro de Lamentaciones para ver las terribles consecuencias del pecado de Israel. Sufrieron mucho. Hubo arrepentimiento. Pero después tenemos estas hermosas palabras de Dios por medio de su profeta: “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (7:19).
 
El pecado nuestro trae mucho sufrimiento, pero después del arrepentimiento, hay perdón y misericordia. El diablo no tiene nada de qué acusarnos. Podemos descansar en la obra terminada de Cristo. Somos intocables. Puedo decir: “He sido revestido de Cristo y el pecado ya no forma parte de mí”. Ahora esperamos las riquezas de su gracia: “Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos” (7:20). Estamos en la línea de recibir el cumplimiento de todas las promesas que hizo Dios a Israel. Nuestro futuro no podría ser más brillante.  

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