“Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte” (Éxodo 25:40).
Lectura: Heb. 8:1-5.
Cuando Moisés subió al monte Sinaí, tuvo una visión de las realidades celestiales, del trono de Dios, de la configuración de su “sala del trono”, de los ángeles que lo atendían, y los detalles de su presencia real. La tarea de Moisés era representar las realidades espirituales eternas de la morada de Dios por figuras concretas en un tabernáculo aquí en la tierra para que Israel pudiese ver con los ojos de la carne las cosas espirituales. Las representaciones son símbolos de las cosas verdaderas, según el escritor de la epístola a los hebreos: “los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Heb. 8:5). Cuando se terminó de construir el tabernáculo la gloria de Dios descendió sobre él y lo llenó como Dios llena la realidad celestial que representaba: “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo” (Éxodo 40:34). Cuando Salomón edificó el templo en Jerusalén lo hizo conforme al mismo modelo, el modelo de Moisés. El templo era una réplica del tabernáculo. Cuando se terminó de construir, la gloria de Dios llenó el templo de la misma manera que había llenado el tabernáculo: “Y cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (1 Reyes 8:10, 11). La presencia real de Dios estaba en aquel lugar, el único lugar en la tierra donde Dios moraba, en medio de su pueblo.
Justo antes de la invasión de Nabucodonosor y la destrucción del templo de Salomón, la gloria de Dios, su real presencia, abandonó el templo debido al pecado de Israel. Allí en Babilonia como exiliado, el sacerdote Ezequiel tuvo una visión de un templo hermoso reconstruido, representando el retorno de Dios para habitar en medio de su pueblo: “Me llevó luego a la puerta, a la puerta que mira hacia el oriente; y he aquí la gloria del Dios de Israel, que venía del oriente; y su sonido era como el sonido de muchas aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria… y me postré sobre mi rostro. Y la gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba al oriente. Y me alzó el Espíritu y me llevó al atrio interior; y he aquí que la gloria de Jehová llenó la casa” (ver Ez. 43: 1-5). Cuando los exiliados volvieron a Israel reconstruyeron el templo, pero el templo de la visión de Ezequiel nunca fue construido. Este templo representa las realidades celestiales que vio Moisés cuando estuvo en el monte con Dios. Es la visión de la eterna morada de Dios, rodeado de su pueblo ya eternamente, su pueblo redimido, perfeccionado, la realidad eterna de la nueva Jerusalén (Apoc. 21:2). “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Apoc. 21:22). Y el templo es el pueblo de Dios construido de piedras vivas de todos los pueblos y lenguas (1 Pedro 2:5), la eterna morada de Dios en el Espíritu (1 Cor. 6:19). Estaremos eternamente con Dios en su reino, viviendo en una sociedad perfecta centrada en Él, y con Él en medio de su pueblo: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc. 21: 3).
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