SU CASA

“Me introdujo luego en el templo, y midió los postes, siendo el ancho seis codos de un lado, y seis codos de otro, que era el ancho del tabernáculo. El ancho de la puerta era de diez codos, y los lados de la puerta, de cinco codos de un lado, cinco del otro. Y midió su longitud, de cuarenta codos, la anchura de veinte codos” (Ez. 41:1, 2).
 
Lectura: Ez. 41:3-5.
 
            Se sabe mucho de una persona si conoces la casa donde vive. Si Dios viviese en una chabola, sabríamos que es pobre, que no tiene un buen trabajo, o que no tiene salud para trabajar, y que su familia también es pobre y sin medios para ayudarlo; pero la casa que está descrita aquí es hermosa, elegante, espléndida, sólida, estable y arquitectónicamente agradable a la vista por sus proporciones equilibradas. Tiene armonía, belleza, solidez, y es de un gran tamaño: imponente, impactante. Inspira admiración. Satisface el sentido artístico. Invita a entrar. Todas estas palabras describen a nuestro Dios. Su Casa es un reflejo de Él. Viendo su Casa sabemos cómo es Él.
 
            Es espaciosa porque la quiere llenar de gente. Dios es relacional. Nos damos cuenta de que no tiene grandes campanarios en forma de aguja, torres señalando al cielo, como tienen las catedrales a las cuales estamos acostumbrados, porque no tiene que alcanzar al cielo, porque el Cielo ha bajado: Dios vive en ella. El hombre no tiene que alcanzar el cielo por medio de la iglesia como institución. Dios ha venido a nosotros.
 
            “¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío” (Salmo 84:1-3).
 
            “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en tu templo” (Salmo 27:4). Más hermosa que la Casa de Dios es el Dios de la Casa. El propósito de entrar en su Casa es estar en su presencia, quietos delante de Él y contemplar la hermosura de su carácter.  
 
            En su visión de la nueva Jerusalén que desciende del cielo, el apóstol Juan escribe: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Apoc. 21:22). El templo perfecto que el profeta Ezequiel vio representa la perfecta morada de Dios, que está en medio de su pueblo, donde Dios siempre ha querido estar, rodeado de sus hijos redimidos de todos los confines de la tierra, resplandeciente de gloria y felicidad, como Padre con sus hijos, ya para siempre.

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