ROPAS HERMOSAS

“En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas” (Isaías 61:10).

Lectura: Is. 61:11-62:1.

            Según el comentarista[2], “La voz aislada que habla en la primera, segunda y cuarta estrofas (61:10; 62:1,6) de este poema es la del Ungido”. No puede ser Sion hablando, porque el resto del poema mira adelante a la consecución y concesión de la salvación. Estas palabras en boca del Señor Jesús son sumamente hermosas: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas”. El Señor Jesús Está diciendo proféticamente que el Padre lo ha vestido de estas ropas espléndidas porque son las de su oficio, pues su misión y ministerio es el de ser Salvador y Justificador. Él se regocija en su llamado y encuentra honroso su cometido de conseguir e impartir Salvación y Justicia a su pueblo. Nos gusta este retrato de Jesús feliz en el trabajo que vino a hacer.

            Para efectuar nuestra salvación tuvo que quitarse su hermosa ropa de justicia y cambiarla por nuestra ropa de injusticia, de pecador culpable. Se puso nuestra ropa de injusticia para vestirnos de la suya de justicia: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). Vestido de nuestra ropa de injusticia el Señor Jesús subió a la cruz, condenado por nuestro pecado para justificarnos. Él nos reviste con su propia ropa, y cuando la manchamos nos la tenemos que quitar y lavar y volvérnosla a poner: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Rom 13:14). “Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:23, 24).   

Esta ropa de salvación es la que nos hace aptos para ir a las bodas del Cordero como invitados a este gran banquete. Sin ella, no somos admitidos. No se puede ir vestidos de las ropas de nuestra propia justicia, solamente de las suyas. Jesús contó una parábola al efecto: “Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían; Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mat. 22:11-13). El Señor Jesús hizo todo lo necesario para hacernos justos delante de Dios, pero si insistimos en nuestra propia justicia, no nos salvaremos. La justicia que nos ofrece es comprada a gran precio suyo y regalada a nosotros, pero si nuestro orgullo no nos permite aceptar el regalo, nos perdemos. 


[1] Reflexiones después del estudio expositivo de David F. Burt trasmitido por Zoom 28/2/2023[2] Comentario Antiguo Testamento Andamio, J. A. Motyer

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