“Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (Juan 9:22).
Lectura: Juan 9:18-23.
Continuamos, pues con nuestra comparación de la historia del paralítico con la historia del ciego; ahora, en cuanto al coste implícito en su decisión de seguir a Jesús. El primero optó por rechazar a Jesús para guardar su lugar en la sociedad judía. El que había sido ciego, en cambio, aun antes de saber quién era Jesús, optó por ser consecuente con lo que creía de Él. Ya hemos dicho que uno decide de una manera u otra debido a lo que ya está en él. Este hombre ya estaba acostumbrado a ser una persona rechazada por la sociedad judía y rechazó la oportunidad de reinserción a favor de la verdad. Era una persona honesta, temía más a Dios que a los hombres, no tenía a los fariseos en un pedestal, valoraba a Dios más que al sistema religioso, era noble y agradecido, y estaba esperando saber quién era el Mesías para creer en Él.
- Compara el encuentro final del paralítico con el del ciego.
En ambos casos fue Jesús quien buscó a cada uno para terminar lo que había empezado en la vida de ellos. En el caso del paralítico, le avisó que, si pecara otra vez, le vendría cosa peor que el castigo que había tenido hasta ahora, a saber, la condenación eterna por rechazar al Único que lo podría salvar. Lo que salió en este encuentro era el “YO” del hombre. Salió del templo para avisar a los enemigos de Jesús que era Él quien no había guardado el día de reposo. En cambio, el ciego ya era un hombre predispuesto a creer. Solo le faltaba la información. Cuando Jesús le preguntó si creía en el Hijo de Dios, él dijo: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?” (9:36). ¡Magnífica pregunta! El Señor dijo: “Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor, y le adoró” (9:37-38). El contraste entre los dos hombres no podría ser mayor.
Aplicación:
- Los milagros no salvan a nadie.
- Tanto malos, como buenos tienen una oportunidad de salvación.
- Nosotros somos este catalizador. La gente decide a favor o en contra de Jesús por su trato con nosotros. El paralítico, no; el ciego, sí.
- No es tu culpa si tu hijo se aparta de Dios. No fue ni la culpa de Jesús mi la virtud de los fariseos lo que hizo que el paralítico se decidiese por los fariseos, sino por el pecado en él, su “YO”.
- Encontraremos a gente dispuesta a creer ya, por cómo son.
- Llegar a conocer a Jesús muchas veces es un proceso. Las mujeres a menudo lo conocen por el trato personal, mientras los hombres tienden a hacerlo por el uso de la razón. Al final el Señor se revela. Como Él, nosotros en nuestro trato con la gente tenemos que buscarlos una segunda vez.
- La persona siempre tiene que pagar un precio por seguir a Jesús.
- La lealtad a Jesús separa a familias, te separa de la religión del país, de la sociedad.
- Jesús comprende tu dolor y te busca en tu soledad.
- Jesús siempre tiene que pagar un precio doble por nuestra salvación: la cruz, que es un constante, y el personal. En tu caso, ¿qué le has costado a Jesús en reputación al tenerte a ti como discípulo? ¿Qué le cuesta tener que soportarte? El precio depende de cada uno de nosotros, de cómo somos. A veces Jesús sufre vergüenza, crítica o humillación debido a cómo soy yo. Él está dispuesto a pagar el precio por salvarnos, y otro por asociar su Nombre al nuestro.
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