¿QUÉ PIDE DIOS DE LA MUJER? (6)

“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:3-5).
 
Lectura: Tito 2:11-14.
 
Dios pide a las mujeres mayores que no sean esclavas del vino.
 
            ¿Cómo es posible que haga falta decir esto? A nosotras nos parece inconcebible que una mujer cristiana sea dada a beber, pero se da el caso. Puede ser que bebiese antes de convertirse y que haya continuado con la costumbre después. Conozco a una que después de años de creyente, en quien el alcohol siempre ha jugado un papel importante en su vida social, tuvo la convicción de parte del Señor que debe dejar el alcohol por completo. Le ha costado más de lo que creía. Otra quizás beba para consolarse, pues su vida está llena de problemas. El creyente nunca debe emborracharse. Referente a este tema el apóstol dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). El alcohol influye mucho en el comportamiento. La persona pierde el control. No se da cuenta de lo que está diciendo. A diferencia del vino, el Espíritu consuela de verdad, Él es la alegría de la huerta y la vida de la fiesta, y en todo tiempo te mantiene controlada.    
 
Dios pide a la mujer mayor que enseñe a las más jóvenes lo que es bueno.
 
            En los tiempos que corren hay mucha necesidad de personas que enseñen lo que es bueno, porque hay una gran confusión al respecto. La sociedad ha cambiado los valores. Es la persona mayor la que recuerda los tiempos anteriores cuando las cosas no eran así. Se da cuenta de cada cambio para peor. Han llegado los días profetizados en que llaman malo a lo bueno y bueno a lo malo: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is. 5:20). La verdad es que hacer lo malo lleva a mucha amargura. Vivir en obediencia a los valores de Dios es dulce: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Son más dulces que la miel a mi boca” (Salmo 119:103).
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Dios pide a la mujer mayor que enseñe a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos.
 
            No hay enseñanza que más apremie en nuestros días. La mujer joven confunde el enamoramiento con el amor. Piensa que si ha perdido la pasión por su marido y ya no lo ama, debe divorciarse de él y buscarse a otro hombre. Si ama a sus hijos, debe quedarse con el marido por amor a ellos. La mujer que se ama más a sí misma que a su marido e hijos es la que abandona a su marido, y esto hace un daño irrevocable a sus hijos. Necesitan a su padre, aunque no sea muy buen padre. Dios puede cambiarlo. La esposa puede ir perdonándolo y enseñar a sus hijos a hacer lo mismo, a respetarlo y amarlo. La pasión va y viene, pero “el amor es sufrido” (1 Cor. 13:4). Aun en el peor de los casos, la mujer creyente puede crear un ambiente de amor en su casa que da seguridad a sus hijos.         


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