¿QUÉ PIDE DIOS DE LA MUJER? (15)

“Vuestro atavío no sea el externo… sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1 Pedro 3:3-5).
 
Lectura: 1 Pedro 3:1-7.
 
            Ya hemos dicho que la mujer no debe vestirse a invitar, para luego retirar la invitación en el último momento, sino que debe vestirse según el mensaje que desea comunicar. Por tanto, la que es creyente se viste con modestia. La modestia exige que no enseñe el pecho, ni el ombligo, ni que el pantalón sea muy ceñido, ni demasiado corto. La santidad o la falta de santidad, se muestra en la forma de vestir. Dios pide la santidad por fuera y la santidad por dentro. La santidad interna se muestra con un espíritu afable y apacible. El habla de la mujer debe ser dulce. Que no sea rudo, ni agresivo, o irrespetuoso, sino agradable al oído, y que esté sujeta a su marido.
 
El ejemplo bíblico de una mujer sumisa que el apóstol pone delante de nosotras es Sara, la esposa de Abraham. La Escritura dice: “Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien sin temer ninguna amenaza” (porque tiene la conciencia limpia) (3:6). No es cuestión de la moda, sino de principios. Sara vivía hace miles de años, pero en estas cosas Dios exige lo mismo hoy que exigía de ella. Ella obedecía a Abraham, aun cuando él tomaba decisiones poco acertadas, pero Dios se encargó de guardarla a pesar de la imprudencia de su marido. Esta es la garantía que tenemos las mujeres. Por encima de nosotras está nuestro Padre celestial. Si nosotras hacemos el bien, Dios se encargará del resto.
 
Sara llamó “señor” a su marido, no al dirigirse a él, sino en su actitud interna de corazón. Lo consideraba su señor bajo el señorío de Cristo. La conducta de Sara estaba de acuerdo con su atavío externo y su actitud interna de sujeción a su marido. Sara hacía el bien, era hermosa por dentro y por fuera, y su actitud hacia su marido era la correcta. Esto es mucho pedir, pero todo esto es lo que Dios exige a la mujer. Nos protege, nos beneficia y nos hermosa. Lo hacemos porque amamos al Señor.
 
Y lo que pide Dios del marido no es menos: “Vosotros maridos, igualmente vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (3;7). Este versículo encierra mucha enseñanza para el hombre. Dios exige mucho de él: que use de sabiduría en su convivencia con su esposa, que la comprenda como mujer, que la proteja, y que la trate con consideración. Las emociones y la autoestima de la mujer son frágiles, y el marido debe tomarlas en cuenta en su trato con ella. Que sea sensible a sus necesidades, no solamente materiales, sino también emocionales y espirituales, y que la respete como a alguien que espera la misma heredad espiritual que él. Si no, Dios no contestará a sus oraciones. Sus faltas hacia su esposa crearán una barrera entre él y Dios. Pero los dos unidos en el Señor constituyen una poderosa influencia de Dios en el mundo y en el cielo también. Su testimonio juntos por medio de cómo es la mujer, por la relación entre los esposos, y por las respuestas a sus oraciones resultarán en una poderosa influencia para Dios en este mundo.      

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