CUBIERTO DE SANGRE

“¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos? ¿éste hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar” (Is. 63:1).
 
Lectura: Is. 63:2-6.
 
            “¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisado en lagar?” (63:2). El que viene con sus hermosos vestidos empapados en sangre es el Salvador, pero esta vez viene para ejercer justicia: “He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas” (63:3). Este es un cuadro poco usual de nuestro amado Salvador. Con furia está destruyendo a sus enemigos, y explica el porqué: “Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado” (63:4). Ha llegado el Día del Juicio y está ajusticiando a todos los que se han posicionado en contra del Evangelio. Concluye esta profecía diciendo: “Con mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y derramé en tierra su sangre” (63:6).
 
            En el libro que lleva su nombre el profeta Isaías pinta dos cuadros de Jesús cubierto de sangre. En uno la sangre es la suya. En este, está actuando como Salvador y la sangre que derrama y que lo cubre es la suya propiaen la cruz del Calvario en paga por nuestro pecado: “Como cordero fue llevado al matadero” (Is. 53:7). “Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Juan 19:34). El otro cuadro es el de este pasaje en que la sangre que le cubre es la de los enemigos de la Cruz: “los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas”. Tenemos dos opciones: su sangre o la nuestra. O bien aceptamos su sangre como el pago por nuestros pecados, o bien la rechazamos y pagamos por nuestros pecados con la nuestra. “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18, 19). El pecado se tiene que pagar y el precio es sangre. “El alma que pecare, esa morirá” (Ez. 18:4). Su sangre será derramada, porque “la vida está en la sangre” (Lev. 17:11). O bien su sangre paga por nosotros y nos da vida, o bien la nuestra será derramada en juicio y sellará nuestra muerte. Dios ha de hacer justicia.
 
            Dios en su amor nos ofrece una salvación a precio de la sangre de su precioso Hijo, pero para aquellos que no les interesa, aquel mismo que con tanto amor ofrece su sangre por nuestro rescate derramará la suya propia en juicio, y este capítulo es una representación gráfica del mismo Señor Jesús derramando la sangre de los que han aborrecido la suya. Esta es la justicia de Dios.

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