TRES RELACIONES

“¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños?” (Ezequiel 34:2).
 
Lectura: Ez. 34:2-6.
 
Pastores y creyentes
            Dios está en contra de los pastores que se cuidan a sí mismos en lugar de atender a las necesidades de su rebaño. Les dice: “No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia” (Ez. 34:4). Un pastor que saca a gente de la iglesia porque no están de acuerdo con él en cuestiones de poca importancia, hace mucho daño. Los hay que tratan a los miembros de su congregación con dureza, con palabras hirientes, con falta de consideración, y destrozan vidas. Estas personas puedan andar perdidas durante años, pero el Señor dice que Él mismo irá a buscarlos: “He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas en el día del nublado y de la oscuridad. En buenos pastos las apacentaré. Yo apacentaré mis ovejas, y les daré aprisco, dice Jehová el Señor” (Ez. 34:11, 12, 14, 15).  
           
Creyentes y otros creyentes
            Dios también está en contra de creyentes que le hacen la vida imposible a otros creyentes: “He aquí yo, yo juzgaré entre la oveja engordada y la oveja flaca, por cuanto empujasteis con el costado y con el hombro, y acorneasteis con vuestros cuernos a todas las débiles, hasta que las echasteis y la dispersasteis. ¿Os es poco que comáis los buenos pastos, sino que también holláis con vuestros pies lo que de vuestros pastos queda; que bebiendo las aguas claras, enturbiáis además con vuestros pies las que quedan?” (Ez. 34:21, 18). Los miembros importantes de la iglesia han dejado a los nuevos, o a los más jóvenes, sin oportunidades de servicio, sin poder cultivar sus dones, sin poder encontrar su lugar en ella, y a Dios no le gusta esto.  
 
Creyentes y sus enemigos
            A Dios no le gusta cuando nos alegramos por el sufrimiento de nuestros enemigos, sin tener misericordia de ellos: “Por cuanto tuviste enemistad perpetua, y entregaste a los hijos de Israel al poder de la espada en el tiempo de su aflicción, en el tiempo extremadamente malo…” (Ez. 35:5), “extenderé mi mano contra ti, y te convertiré en desierto y en soledad” (Ez. 35:3). Dios se vengará de ellos como ellos se vengaron de sus enemigos antiguos. Es trasfondo es este: Tiempos a, Jacob desheredó a Esaú, el padre de los Edomitas, y éstos guardaron rencor contra Israel durante muchas generaciones. Cuando Israel cayó ante Babilonia, los edomitas mataban a los israelitas que huían de Jerusalén para salvar su vida. No los ayudaban en su tragedia, sino que aprovecharon la oportunidad para vengarse de ellos. El Señor nos enseñó a tener compasión de nuestros enemigos: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44). Cuando lo hacemos, Dios nos sanea las heridas que nos han infligido y tenemos paz.      

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