SANA DOCTRINA Y SANTIDAD DE VIDA

“¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia” (Mateo 23:24, 25).
 
Lectura: Mateo 23:26-31.
 
En estos versículos el Señor pone claro el orden de prioridad: “Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio” (23:26). ¡Los fariseos estaban obsesionados con la pureza doctrinal mientras procuraban matar al Hijo de Dios! De ellos Jesús dijo: “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mat. 23:2, 3). El equivalente evangélico es aquel que se obsesiona por la sana doctrina, pero no cumple con la práctica. Demasiadas veces hemos visto a creyentes que se obsesionan por la pureza doctrinal y luego caen en el pecado más penoso, muchas veces en inmoralidad abismal. Pasan la vida estudiando la Biblia y luego cometen adulterio y abandonan a sus familias. La entrada en el cielo no es por aprobar un examen doctrinal, sino por obras que prueban que la persona tenía una fe real: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apoc. 20:12, 15). ¿En qué quedamos: fueron juzgados por sus obras o por tener su nombre escrito en el libro de la vida? ¿Cuál de estos versículos vamos a tachar? Ninguno de los dos. Coinciden. El que tuvo su nombre escrito en el libro de la vida vivía una vida de santidad.  
 
Queda patente que las obras son la evidencia visible de la fe que profesamos. El que profesa fe en Cristo, ha sido bautizado, y es activo en la vida de la iglesia, y luego practica una vida de inmoralidad no es salvo. Se condena. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3:9), es decir no se instala en el pecado. ¿Por qué insistimos en esto? Porque otra vez hemos oído de una persona que tenía un conocimiento envidiable de la Biblia y ha caído en gran inmoralidad. Y nos da mucha pena. Jesús dijo bien claro que la limpieza de dentro es más importante que el conocimiento. Si alguien tiene adulterio en su corazón, su doctrina no le ha servido para nada. ¿Para qué obsesionarnos con la pureza doctrinal, si luego nuestro corazón está lleno de odio? Si nuestra doctrina es pura lo deberíamos mostrar por amar a los que no piensan igual que nosotros. Si juzgamos, criticamos, descalificamos, condenamos y odiamos a los que tienen una doctrina diferente que la nuestra, nuestra doctrina no vale nada. La sana doctrina y la santidad van juntas, como la teórica y práctica. Si tu hijo va a clases de conducir y aprueba la teórica, ¿le vas a dar las llaves del coche? Dios tampoco. “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; a dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor (2 Pedro 1:5-7). Aquí hay conocimiento práctica, una vida hermosa. Que Dios nos ayude.        

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