SALMOS IMPRECATORIOS

“Oh Jehová, recuerda contra los hijos de Edom el día de Jerusalén, cuando decían: arrasadla, arrasadla hasta los cimientos. Hija de Babilonia la desolada, bienaventurado el que te diere el pago lo que tú nos hiciste. Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña” (Salmo 137:7-9).
 
Lectura: Salmo 137:1-3.
 
            Muchas personas encuentran que este salmo, y otros parecidos, son piedras de tropiezo para no creer en Dios. Preguntan cómo un Dios de amor podría permitir semejante barbaridad. Nos escandaliza que un creyente dijese: “Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña”. Lo citan, sacándolo del contexto. Si lees el contexto ves que esto mismo es lo que los hijos de Edom les hicieron a ellos. Es muy fácil que leamos este salmo y digamos que los judíos deben perdonarlos cuando ellos han visto cómo han matado a sus propios hijos. Es terrible esto. Es terrible que uno lo haga y es terrible que uno pida una justa retribución.
 
            La ley de Dios pide ojo por ojo. Esto es justo. “Dos ojos por uno” sería injusto. La misericordia es “ninguno por uno”. Dios ha sido misericordioso siempre, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Su misericordia para con Israel es notoria. Y también con los demás países. Lo que choca a muchos es cuando Dios pide la eliminación de pueblos enteros en la conquista de Canaán, por poner un ejemplo, incluyendo a niños. ¿No son inocentes los niños? No. No lo son. Nacen con las semillas del pecado dentro. Son como un terreno sin plantas. Miras el terreno y no tiene vegetación alguna. Pero si lo dejas un poco, ya empiezan a brotar plantas, pero no serán frutales o lechugas, sino malas hierbas. Lo mismo pasa cuando ves un descampado; está lleno de malas hierbas que nadie ha sembrado. La tierra lleva la semilla. Y todo niño que nace está lleno de semillas de maldad. No nacen puros e inocentes. La prueba es que no tienes que enseñarles a ser malos, ya lo saben. Hay que enseñarles a ser buenos. Y cuesta. Pon un solo juguete entre dos niños y ya lo verás. Esto es lo que dice David en el Salmo 51: “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). El pecado nace con el niño. 
 
            Si ves un cachorro de león, es una monada. Pero no lo vas a tener en casa como mascota para tus hijos porque sabes que cuando crezca, puede matarlos. ¿Por qué? Porque lleva la naturaleza de león. Cuando sea provocado, responderá como león. Lo mismo pasa con los bebés de los moabitas, filisteos, heteos, amorreos, y todos los demás pueblos. Llevan por dentro la naturaleza pecaminosa de sus pueblos. Estos pueblos cometieron atrocidades tan horrendas que tuvieron que ser eliminados. Matarlos en guerra no es nada en comparación con lo que ellos hacían, tanto con otros pueblos enemigos, como dentro de su propio pueblo. La justicia de Dios exigía su destrucción, de la misma manera que demandó la de Israel por su pecado, sobre todo, el de quemar a sus hijos vivos en sacrificio a sus ídolos. La justicia de Dios demanda la eliminación del pecado atroz. Y nuestra sociedad ha pasado el límite. Es por la misericordia de Dios que no hemos sido consumidos en su ira. Cuando la gente censura a Dios por la eliminación de pueblos enteros, harían bien en investigar las prácticas de estos pueblos. Su eliminación es una muestra de misericordia a otros pueblos que, de otra manera, serían ultrajados por ellos.  

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