“Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:22).
Lectura: Mateo 24:23-28.
Hacia el final del evangelio de Marcos leemos las palabras siguientes: “Mirad, velad y orad: porque no sabéis cuando será el tiempo. Es como el hombre que, yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cado uno su obra, y al portero mandó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuando vendrá el señor de la casa; al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Marcos 13:33-37). Casi son las últimas instrucciones que el Señor Jesús dio a sus seguidores. Se las dio la última semana de su vida, dos días antes de la Pascua. Insistió en la necesidad de velar. En cinco versículos sale la palabra velad cuatro veces. Es evidente que Él lo veía imperioso, de suma importancia para la continuada supervivencia de su Iglesia iniciante.
Hoy día lo que observamos es que algunos creyentes están velando, pero hay muchos que no. Están confiados en que las cosas continuarán más o menos como siempre, y, si hay grande sufrimiento antes del final, puede tocar a muchos países lejos, pero que no les llegará a ellos. Además, tienen una teología que no incluye grande sufrimiento para la Iglesia antes de la segunda venida de Cristo, pero observamos que Jesús insistió que la advertencia iba a por todos: “Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad”. El contexto de esta advertencia que va “a por todos” son los versículos anteriores que hablan de terribles sufrimientos, casi llegando a ser insoportables.
El Señor quiere que estemos preparados. ¿A dónde estamos mirando y qué esperamos ver? ¿Al Señor descendiendo en las nubes? El sufrimiento viene antes como criba para separar a los que son de los que no lo son. El Señor dijo que tenemos que hacer tres cosas: mirar, velar y orar. Estamos mirando para ver venir el peligro que se acerca para evitarlo, es decir, para no caer en ningún engaño o ninguna trampa del enemigo. Hemos de estar preparados. No esperamos con miedo, sino con discernimiento.
Los discípulos no velaron y Pedro cayó en la trampa del miedo por su propia vida. Si hubiese sido leal a Jesús, los enemigos del evangelio habrían ido a por él, pero Dios le habría salvado, porque tenía un gran propósito para su vida después de Pentecostés. Pedro tenía que liderar la Iglesia en Jerusalén. Él era clave en el establecimiento de la Iglesia iniciante. El peligro para nosotros no es que nos maten por ser creyentes, sino que abandonemos a Jesús para salvar nuestras vidas. Hemos de tener fe en que el propósito de Dios para nuestras vidas se vaya a cumplir, porque Dios está detrás y nadie puede parar su obra. Con esta confianza velamos para que no nos sorprenda nada y para que estemos preparados para todo el sufrimiento que el Señor permita. Amén.
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