NINGUNA CONDENACIÓN (1)

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). 
 
Lectura: Romanos 8:1-9.
 
            ¿Para qué vamos a leer todos estos discursos antiguos de los “amigos” de Job? ¿No sería más provechoso saltarlos y solo leer los primeros capítulos de Job y luego el último? En absoluto. Este es precisamente el discurso que toma lugar en la mente del hijo de Dios cuando está pensando que su vida ha ido mal, que no tiene sentido, porque no ha salido como lo había anticipado. Pensaba que, puesto que amaba a Dios, y obedecía su Palabra, y buscaba hacer su voluntad, Dios lo conduciría al éxito. Pero en lugar de conseguir éxito, Dios lo ha llevado a la desilusión, frustración, rechazo y soledad; tiene una sensación de fracaso.
 
            Allí es donde empieza el diálogo en su mente. Las cosas no son como quiero, por lo tanto, tiene que ser por mi culpa. No podría ser culpa de Dios. Él no defrauda a nadie. No desencanta a nadie. Por lo tanto, tiene que ser por mi culpa. ¿Qué hice mal para provocar esta situación tan terrible? Habré tomado una decisión equivocada o elegido mal. ¿Dónde perdí el camino? Tengo que haberme salido del camino de Dios para mi vida. Tengo que estar fuera de su voluntad. ¿Qué hice? ¿Elegí mal mi carrera? ¿Me casé con la persona equivocada? ¿Eduqué mal a mi hijo? ¿Qué hice mal? Estas son cosas que no pudo deshacer. No puedo cambiar el pasado. No puedo deshacer lo que he hecho. No puedo dejar a mi marido, mi país, mi hijo, mi profesión.
 
            Dios me está castigando. No puedo coger el camino de regreso para entrar de nuevo en su voluntad. El arrepentimiento no lo puede cambiar. No hay manera de volver al camino. En él pasaron una serie de cosas que no se pueden cambiar. Por lo tanto, estoy condenado a estar en el camino equivocado por el resto de mi vida. Dios está airado conmigo. Me ha puesto a un lado. Ha terminado conmigo y usará a otros. Ellos llevarán a cabo su voluntad.
 
Quiero morir. Si no puedo agradar a Dios, no hay ningún propósito para mi vida. Quiero morir, pero ¿cómo puedo morir y enfrentarme a Dios? ¿Cómo puedo presentarme delante de Él avergonzado de mi vida que nunca consiguió nada? No puedo. No lo podría soportar. Lo amo de todo corazón. ¿Cómo puedo soportar ser una desilusión para Él? Habría sido mucho mejor si no hubiese nacido.   
 
Es a este punto donde este dialogo de autoacusación y angustia mental nos lleva. Fue allí donde sus pensamientos lo llevaron a Job (3:1-13). Es allí donde llevaron a Elías (1 Reyes 19:4). Esta clase de introspección conduce al deseo de morir, y más allá de esto, no resuelve nada, sella nuestra condenación, nos hace desear nunca haber nacido. Esta es la obra del diablo. Aquellos son los métodos y la línea de pensamiento que emplea el enemigo para llevarnos a la desesperación. Nos lleva a la locura. Es tortura. Es angustia mental. Allí estaba Job.

     

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