“Y por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en el día del reposo. Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:16-18).
Lectura: Juan 5:19-30.
Esta asombrosa revelación de lo que significaba para Jesús ser el Hijo de Dios viene en el contexto de la sanidad del paralítico de Betesda que ocurrió en el día de reposo, cosa que enfureció a los fariseos. Jesús procede a explicar por qué Él “trabajaba” en el día de reposo. Esta explicación conlleva una detallada revelación de su divinidad y su total identificación con el Padre.
Jesús participa en la misma obra que el Padre está haciendo:
La primera cosa que dice Jesús de su relación con el Padre es que Él hace lo que ve hacer a su Padre: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (5:19). Participa en su obra. ¿Qué hacía el Padre aquel sábado? Entre otras cosas, mostrar al paralítico el estado de su corazón para que acudiese a Jesús para ser salvo. La sanidad fue el catalizador que produjo la revelación. Se dio a conocer como mezquino, ingrato, desleal, e interesado. Jesús hizo el milagro, y el Padre puso el espejo delante de la cara de este hombre. El Padre ama al Hijo y le muestra lo que está haciendo. El Hijo lo ve, y hace la parte que le corresponde a Él en la obra del Padre.
Jesús es el Juez con el mismo criterio del Padre:
El Juez de vivos y muertos es el Hijo porque el Padre confía en su juicio y lo honra: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (5:22, 23). “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (5:30).
Jesús da vida, así como el Padre la da:
El Padre da vida, y el Hijo también lo hace: “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida” (5:21). “Porque el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (5:26). Jesús ofreció vida al paralítico. En el día final, el Hijo levantará a los muertos: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida” (5:25, 26, 28, 29).
Jesús recibe la misma honra que el Padre recibe:
El Padre honra al Hijo y quiere que todo hombre lo honre también: “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (5:23). Es la misma honra para ambos. No hay una honra para el Padre y otra honra para el Hijo. Los dos reciben la misma honra, porque son el mismo Dios.
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