“David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba David vestido con un efod de lino” (2 Samuel 6:14).
“Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut. 6:5).
Lectura: 2 Sam. 6:13-18.
El amor de David por Dios había quedado patente delante de todo Israel. Y el pueblo compartía su entusiasmo, es decir, todos menos Mical, su esposa, la hija de Saúl. Ella salió a recibirlo con las palabras hirientes: “¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel, descubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como se descubre sin decoro un cualquiera!” (6:20). Ella no entendía la pasión de David, ni el júbilo del pueblo. Su único consuelo en la vida había consistido en el honor de ser la esposa del rey. Estaba amargada esta mujer y tenía sus motivos para estarlo. Su padre y sus hermanos habían muerto en batalla, David la había abandonado y ella se había vuelto a casar con un hombre que la amaba de verdad. Por motivos políticos David la había quitado de su segundo esposo, y ahora, para ella, David había perdido su dignidad real. A ella, ya no le quedaba nada. Nunca tuvo hijos con David. Este episodio marca el final de la dinastía de Saúl.
Muchos hoy compartirían su opinión sobre la actuación de David, que él era exagerado en esta ocasión. En nuestra evaluación de la danza como medio para adorar a Dios debemos tener en cuenta varios factores. David danzó en la calle en una procesión sagrada, celebrando un acontecimiento histórico singular: el regreso de Dios a su pueblo, para vivir en medio de él. No fue un culto en una iglesia local. Nos consta que los hay que adoran a Dios en la iglesia con ostentoso fervor y vuelven a sus casas para maltratar a su familia. Los hay que danzan en el culto por motivos sensuales. Luego los hay que bailan en la discoteca con todo su cuerpo y preguntan por qué no lo pueden hacer en la iglesia. Habría que preguntarles por qué están en la discoteca, y si esto no les había abierto sus deseos sensuales. La carnalidad no se debe mezclar con la espiritualidad y es muy difícil distinguir donde una termina y la otra empieza. Una adoración sincera vertida en danza en privado puede ser una hermosa expresión de devoción a Dios, pero su uso en público abre la puerta a la sensualidad y al afán de protagonismo. Habrá otros que piensan de otra manera, y pueden tener razón en su caso particular, no lo dudamos. En la escena internacional, especialmente en el continente de África, la danza encaja perfectamente con la cultura como expresión de alabanza a Dios.
La adoración emotiva era un constante en la vida de David. Sus salmos son un vivo reflejo de su amor por Dios. Escuchemos a este: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiare; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos” (Salmo 18:1-3). La muestra de su autenticidad es que ¡Dios sí que lo salvaba de sus enemigos! No nos extraña la actuación de David en aquel día señalado de celebración, porque su corazón rebosaba amor por el Señor y tuvo que encontrar salida. ¡Ojalá que nosotros nos encontrásemos más a menudo en la misma circunstancia!
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