“David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba David vestido con un efod de lino” (2 Samuel 6:14).
Lectura: 2 Sam. 6:5, 14, 16.
David y toda la congregación de Israel estaban acompañando la entrada del arca de Jehová en Jerusalén. Dios iba a volver a poner su morada en medio de su pueblo. En esta ocasión sonada, David estaba exuberante en su expresión de amor y deleite en Dios, en su felicidad al tenerlo ya cerca viviendo con ellos. Todo Israel estaba de fiesta celebrando su traslado a Jerusalén para establecer su real residencia en la capital de la teocracia. La celebración no fue la de un mueble simbólico, sino la del regreso de la real presencia de Dios ya con ellos. Con el fracaso del primer intento, se había visto que la santa y gloriosa presencia de Dios realmente estaba con el arca. David estaba como loco de contento y danzaba y saltaba delante del Señor en viva expresión del gozo que sentía en este momento histórico.
David se había quitado su ropaje real en señal de humildad delante de Dios. Llevaba solo un efod de lino denotando su sencillez y pureza de corazón. Sus reales vestimentas ostentosas habrían llamado la atención sobre sí mismo, convirtiéndolo en el protagonista, pero él dejó el protagonismo a Dios como el auténtico Rey de Israel. David solo era uno más de la alegre multitud: “Y David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba David vestido con un efod de lino. Así David y toda la casa de Israel conducían el arca de Jehová con júbilo y sonido de trompeta” (6:14,15).
¿Has llegado a estar muy controlado y comedido en tu amor por el Señor? ¿Cuándo es la última vez que derramaste tu amor delante de Él con toda tu fuerza? ¿Cómo expresas tu gozo en su presencia? ¿Lo sientes? ¿O has llegado a ser muy cerebral en tu relación con Él? Dios está buscando nuestro amor exuberante. Ha pedido que lo amemos con toda nuestra fuerza: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut. 6:5). “David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová”. Amarlo con la mente es necesario, pero también con las emociones. David estaba derrochando amor delante de Dios con todo su ser.
Amar al Señor con la mente es maravillarnos delante de la profundidad de su Palabra; amarlo con el corazón es con pasión; amarlo con el alma es adorarlo con sensibilidad, con reverencia delante de su santidad y con la voluntad de obedecerlo; y amarlo con las fuerzas es amarlo físicamente en nuestro servicio a los hermanos y con nuestro cuerpo, en pureza. David empleaba su cuerpo y fuerzas peleando las batallas del Señor. El Señor nos ha amado con su mente al comprendernos; con su corazón en amor apasionado derramándose en la Cruz del Calvario; con sus fuerzas al defendernos y cuidarnos; y con su alma en su voluntad de salvarnos, siendo sensible a nuestras emociones, conectando con nosotros. Dios nos ha hecho inteligentes y profundos para poder corresponder y devolverle el amor que ha exhibido por nosotros en su Palabra, en la historia, y en nuestras vidas particulares. Que podamos aprender lo que es amarlo con todas nuestras fuerzas.
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