EL ÚLTIMO MOMENTO

“Vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Toma un rollo de libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá… desde los días de Josías hasta hoy. Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado” (Jeremías 36:1-3).
 
Lectura: Jeremías 36:4-7.
 
            Inaudito. El ejército de Nabucodonosor rey de Babilonia está sitiando Jerusalén. La ciudad caerá sin duda alguna. No hay ninguna posibilidad de salvación. La gente ya está muriendo de hambre. Muchos han sido deportados. Jeremías ha profetizado vez tras vez que Dios va a entregar al pueblo de Judá en manos del rey de Babilonia porque el vaso de su ira se ha colmado contra su pueblo a causa de su empedernida rebeldía. Han persistido en su idolatría, en el sacrificio de sus hijos a ídolos, en la injusticia contra los indefensos, los pobres, las viudas y los huérfanos que ha financiado la opulencia de los ricos. Están maduros para el juicio. ¡No obstante Dios todavía les ofrece clemencia si se arrepienten! Dios todavía guarda la esperanza de salvación para ellos en el último momento: “Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado”. Su pecado clamaba al cielo, sin embargo, si se arrepintiesen Dios todavía los libraría de sus enemigos y salvaría sus vidas. La misericordia de Dios no tiene límites. De hecho, su plan de rescate ya se había puesto en marcha: “Cuando el ejército de Faraón había salido de Egipto, y llegó noticia de ello a oídos de los caldeos que tenían sitiada a Jerusalén, se retiraron de Jerusalén” (37:5). Parecía que Jerusalén no se iba a caer después de todo, que Dios los salvaría por mano de los egipcios.
 
            Dios siempre puede salvar. Cuando ya no hay esperanza, Él puede librar. A Dios no le habría costado nada librar a Jerusalén por medio del ejército de Faraón. Queda para siempre comprobado que la salvación para su pueblo era posible hasta el último momento, pero ellos no quisieron: “no escucharon” (36:31). Se leyó el rollo con todas las profecías contra la ciudad en el mismo Templo, y se leyó en presencia del rey, pero el rey tiró el rollo en el fuego y el pueblo no hizo caso: “No tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos el rey y todos sus siervos que oyeron todas estas palabras” (36:24). “En lugar de Conías hijo de Joacim reinó el rey Sedequías hijo de Josías, al cual Nabucodonosor rey de Babilonia constituyó por rey en la tierra de Judá. Pero no obedeció él ni sus siervos ni el pueblo de la tierra a las palabras de Jehová, las cuales dijo por el profeta Jeremías” (37:1, 2). ¿Y qué pasó? Dios quitó su plan de salvación; el ejercitó de Faraón dio media vuelta y volvió a Egipto y los Babilonios volvieron. ¡Pero con todo, todavía había esperanza para el rey Sedequías! Jeremías le dijo que, si se rindiese, él y su familia vivirían. Pero el rey no hizo caso. Intentó escaparse. El rey de Babilonia lo capturó, mató a todos sus hijos delante de sus ojos y luego sacó sus ojos y lo llevó con grillos a Babilonia. Jerusalén cayó y hubo carnicería espantosa y horror.
 
            ¿Qué sacamos de todo esto? Entre otras cosas, que hay esperanza hasta el último momento. Si nuestros seres queridos se arrepienten aun en su lecho de muerte, Dios los salvará. Con Dios, siempre que hay vida, su salvación es posible. Dios quiere salvar.  

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