“Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito” (Lu. 22:37).
Lectura: Juan 1:1-14.
Toda nuestra vida consiste en vivir las experiencias que están narradas en las Escrituras. Leemos la Biblia, aprendemos las historias, y luego nos encontramos viviéndolas. El Espíritu Santo se encarga de las experiencias que tenemos, y del orden en que las vivimos, pero vamos viviendo las mismas cosas que vivieron los discípulos, y algunas de las mismas que vivió Jesús. Nos identificamos con Él en su muerte y resurrección. En el curso de nuestra vida vamos pasando por muchas cosas que Él experimentó, y mirando atrás, reconocemos muchas escenas bíblicas vividas.
Padre, mirando atrás al transcurso de mi vida, me doy cuenta de que he estado en los campos de Belén con Jesús, maravillándome con las huestes celestiales de que el Príncipe de los ejércitos de Jehová se convirtiera en un bebé humano. He estado con Jesús en el templo cuando tenía doce años escuchando sus preguntas. Tantas veces Él me ha hecho preguntas difíciles que me han hecho reflexionar. He vivido la incredulidad de mis hermanos en casa. He sido bautizado. He oído su voz llamándome a seguirlo. He vivido con Él la experiencia de querer descansar solo para ver llegar a la multitud necesitando mi atención. He oído su voz diciéndome: “Dales de comer”. He caminado sobre las olas turbulentas del mar, me he hundido, y su mano me ha sacado. También he remado sin llegar a ninguna parte cuando, de repente, el barco llegó a su destino. He tocado a leprosos. He anunciado su Palabra en las plazas. He estado con Él en Getsemaní, quebrantada de corazón, diciendo: “No mi voluntad sino la tuya”. He estado con Él en el Calvario, veces sin número, clavada con Él a la Cruz, un día muriendo a un pecado, otro día a otro. He sentido como mis heridas han desangrado con las suyas, sanándolas. He sido sepultada juntamente con Él en aquella tumba oscura, esperando el amanecer del día de la resurrección. He salido de la tumba con Él, justificada. He visto como Él ha quitado los trapos negros de mi vieja vida y me ha vestido de su propia ropa, blanca y reluciente. He estado con María Magdalena agarrándome a sus pies, no queriendo que se fuese otra vez, y le he oído decir que sube a su Padre y al mío, y me he sentido aceptada como parte de su familia. He andado con Él en el camino de Emaús mientras me abría las Escrituras. He estado con Él en el aposento alto después de la resurrección, pero no he puesto mi dedo en sus llagas, porque ya creía. He estado con Él en el monte de la ascensión, viéndolo subir al cielo hasta que una nube lo ocultó de mi vista, y me he sentido sola y abandonada hasta que los ángeles dijeron que este mismo Jesús iba a volver tal como lo había visto ir al cielo. He estado en el aposento alto orando con los apóstoles en el día de Pentecostés hasta que descendió el Espíritu Santo, y sabía que Él había venido a estar conmigo para siempre. Y he ido para ser testigo de Él en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta lo último de la tierra. Un día oiré su voz desde la tumba y subiré al cielo para encontrarme con Él en las nubes y así estaré para siempre con el Señor. Amén.
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